lunes, 2 de diciembre de 2013

El modelo de Sarmiento

Como narra en su libro "Viajes por Europa, África y América 1845-1847 y diario de gastos," Domingo Faustino Sarmiento dedica esos años, enviado por el gobierno de Chile, a estudiar los sistemas educativos más avanzados, a ver los países que él consideraba sus modelos políticos, económicos y sociales. El viajero se encuentra primero con una Europa que lo decepciona, muy lejos del modelo que pregonaría para la Argentina. En el Viejo Continente se encuentra con "millones de campesinos, proletarios y artesanos viles, degradados, indignos de ser contados entre los hombres." Sarmiento vio allí países agobiados por el peso de la nobleza, los ejércitos, la tradición y la iglesia. Éstos seguían cargando su peso histórico sobre las espaldas de las nuevas generaciones.
Todo cambió cuando cruzó el Atlántico y se encontró con unos Estados Unidos rebosantes de espíritu emprendedor, de novedades, de trabajo y de posibilidades de progreso. Aquel era el joven país que trazaba ferrocarriles, que fundaba ciudades, que levantaba industrias. Allí, nuestro Gran Sanjuanino se topó con el capitalismo y la democracia funcionando como lo que son: ruedas de un mismo engranaje, y se fascina con las hilanderías de Lowell, con la represa de Old Croton que llevaba agua por 40 kilómetros hasta las canillas del piso más alto que había en Nueva York: el cuarto. Sarmiento recorre Brooklyn, Washington, Ohio y Montreal, y así adopta ese modelo para el resto de su carrera política, que en 1868 lo llevó a la presidencia de la nación.
En la tradicional Avenida Commonwealth de Boston hay un monumento a Sarmiento. Su ubicación no es casual. Está en el afamado centro histórico y educacional que influyó en la definición del perfil que anhelaba para los países sudamericanos. Sarmiento era admirador de Horace Mann, el gran educador bostoniano a quien entrevistó durante su visita a esa ciudad. Sarmiento había leído textos de Mann mientras estaba en Europa y esas lecturas lo indujeron a visitar Estados Unidos. De esa manera, conoció la exitosa experiencia de Massachusetts en materia de educación. Atribuyó el impresionante desarrollo industrial que encontró en Lowell, “el Birmingham de la industria norteamericana,” a la educación de los trabajadores de ese país, muy superior a la de los trabajadores que había conocido en Inglaterra.
“De todo el mal que de los Estados Unidos han dicho los europeos, de todas las ventajas de que los americanos se jactan y aquellos les disputan o afean con defectos que las contrabalancean, Lowell ha escapado a toda crítica y ha quedado como un modelo y un ejemplo de lo que en la industria puede dar el capital combinado con la elevación moral del obrero. Salarios respectivamente subidos producen allí mejor obra y al mismo precio que las fábricas de Londres, que asesinan a las generaciones,” escribió Sarmiento en “Viajes…” El concepto en este texto es bien claro. Sarmiento sabía la importancia de la educación como factor fundamental para impulsar un crecimiento sostenido a través del tiempo. Adquiere una significación aún mayor si lo vinculamos con otra de sus enunciaciones: “Hay que educar para la necesaria adaptación de los medios de trabajo.”
Sarmiento impulsó un modelo basado en el esfuerzo personal y en un estado educador, moderado y moderador. Lo hizo intelectualmente, desde sus escritos, y en la práctica, a través de su fecunda acción de gobierno. Fue la idea que atrajo al país a esos “campesinos, proletarios y artesanos viles,” nuestros inmigrantes, que llegaban en busca de una vida mejor a cambio de lo único que ellos tenían para ofrecer: esfuerzo y sacrificio. Fue la idea que trajo trabajo, educación, progreso y paz social. Fue la idea gracias a la cual la Argentina llegó a ser, en unas pocas décadas, la séptima economía del mundo y a ocupar un lugar singular y respetable entre las naciones.
En cambio, hoy asistimos a un modelo populista basado en la dádiva política, en el desprecio del esfuerzo, en la propaganda en lugar de la enseñanza, en la inseguridad, y en un sistema judicial delincuencial que nos ha arrojado a uno de los últimos lugares del mundo en índices económicos, culturales y humanos. La sociedad argentina se encuentra hastiada, hacinada y dividida. El estado actual, en lugar de ser educador y controlador penal, es un estado de latrocinio que saquea los bolsillos del que trabaja para entregar unas migajas al ignorante a cambio de su voto. Hoy, deformados culturalmente por la visión populista imperante, los alumnos de las escuelas por él fundadas no le dan a este gran prócer la profunda admiración que todos los argentinos le debemos.
El Padre del Aula dejó una profunda huella en la historia argentina, historia de la que fue un verdadero prócer y visionario. Más que el bronce lo que lo ha inmortalizado, es la pasión que puso para hacer de la educación popular el objetivo de su esforzada lucha. Que su ejemplo sirva para revitalizar nuestro empeño por volver a darle a la educación la importancia que Sarmiento reclamó durante su larga y azarosa vida.

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