lunes, 11 de abril de 2011

Fases y propósitos del odio antiyanki

De todas las características del intelectualismo progresista latinoamericano, quizás ninguna sea tan definitoria como el odio antiyanki. No se concibe una mesa de café que no haya sido testigo de alguna diatriba en contra del país del norte. En esta entrada, intentaremos dilucidar cuáles son las verdaderas razones de este odio, y veremos cuán idiota es. Vamos adelante con nuestro objetivo de analizar bien a fondo esta animosidad.
El odio antiyanki fluye de cuatro vertientes diferentes. La primera es cultural. Estados Unidos es la cuna de movimientos socioculturales -el rock, por ejemplo- que tienden a ser de alcance universal. En las pacatas y autoritarias sociedades latinoamericanas, herederas de una España ultracatólica, esta liberalización de las costumbres encontró una gran resistencia traducida en resentimiento. Hasta el más acérrimo opositor tuvo que admitir que no había manera de pararlos: era como barrer las olas del mar. Vemos que el odio antinorteamericano ni siquiera es un odio privativo de la izquierda (contrariamente a lo que se podría suponer), sino que también puede darse entre las derechas más conservadoras y recalcitrantes.
Ahora bien, el ser humano es una criatura moral con poder de elección y eso implica la posibilidad de elegir, valga la redundancia. Si por “cultura” se entiende un conjunto de modo de vida y costumbres, ¿quién tiene la vara para imponer el modo de vida políticamente correcto? ¿Quién le impone qué cosa a quién? ¿Y cuál es la idea? ¿Que los jóvenes argentinos seguidores del grupo Kiss cambien su pasión por los Chalchaleros o por Estela Raval (a los cuales respeto mucho)? Objetivamente, podría llegar a ser; pero ¿qué beneficio traería eso para el país? Las escuelas y los hospitales argentinos no van a funcionar mejor porque la gente deje de escuchar rock y empiece a escuchar más tango.
El segundo canal de odio es el canal histórico. Este sí involucra a la izquierda. Y mucho. En este punto, la izquierda incurre en una falta muy recurrente: efectuar una lectura de los hechos basada en una interpretación ideológica totalmente fuera de contexto.
Desde la independencia en 1776 hasta la finalización de la guerra con España en 1898, Estados Unidos dejó de ser un país no muy grande –algo más de la mitad de lo que es hoy Argentina- y pasó a convertirse en un coloso planetario “de costa a costa” con territorios en el Pacífico, en el Caribe y en el Círculo Polar Artico. Para los intelectuales del progresismo, esta expansión tan formidable no es sino una muestra de la rapacidad del águila norteamericana, voraz e insaciable, que ha saqueado territorios, sometido a sus habitantes y explotado y agotado sus recursos.
Vamos por partes. En primer lugar, hay que tener en cuenta la atmósfera internacional en que esos hechos se inscribieron y juzgarlos no con la mirada extemporánea y descontextualizada de hoy –y las innovaciones tecnológicas actuales- sino con la visión que entonces prevalecía. En 1885, representantes de Inglaterra, Francia y Alemania se reúnen oficialmente en Berlín para precisar las “zonas de influencia” en que África quedará dividida. Inglaterra vive la gloria de su período victoriano y el escritor Rudyard Kipling proclama la “responsabilidad del hombre blanco,” es decir, llevar a los "pueblos oscuros y atrasados," esos pueblos “mitad demonios y mitad niños,” el brillo de la civilización y las ventajas del desarrollo. Victoria, además de reina de Inglaterra, era “emperatriz de la India.” El kaiser Guillermo I gobernaba con mano de hierro a Alemania. El zar Alejandro III era amo y señor de Rusia. Todo lo cual se hacía y se decía de manera totalmente pública, legal y oficial, a todo el mundo le parecía lo más normal y prácticamente nadie, de izquierda o de derecha, cuestiona esta visión positivista del orden mundial decimonónico. Marx, por ejemplo, estaba de acuerdo, pues cómo creer en la victoria final del proletariado allí donde ni siquiera existía. Primero era necesario crearlo, y eso sólo resultaba posible por la enérgica labor de las potencias europeas civilizadas.
En lo personal, me indigna que se hable de "imperialismo" para referirse a un país que no es un imperio sino una república. Sus expansiones en modo alguno, es cierto, estuvieron exentas de atropellos, pero hay que considerar que fueron hechas por soldados, no por hermanas carmelitas; y hasta el más progresista de los progresistas va a admitir que los primeros son más indicados que las segundas para realizar tales menesteres y que, por ende, el gobierno iba a encomendar a ellos, no a ellas, llevar a cabo ese tipo de misión.
Por otra parte, una interpretación victimista de la historia en la que los roles se dividen entre ángeles y demonios (una “asignación” de roles así dispuesta según mejor se ajuste a intereses políticos del momento) no contribuye a enmendar la causa profunda de los males que aquejan a las diversas sociedades. Por el contrario: contribuye a perpetuarla.
La fase tres, la económica, se apoya en gran parte en la histórica. Obsérvese: a comienzos del siglo XX surgió en Europa una corriente de pensamiento que buscó justificar el fracaso de la predicción marxista revolucionaria en los países ricos con el argumento de que el capitalismo seguía vigente por obra del imperialismo. La increíble paradoja que los marxistas deben asumir es que el propio Marx, como ya mencionamos, apoyaba el colonialismo como una forma de acelerar en los países subdesarrollados el advenimiento del capitalismo, que sería el indispensable paso previo del socialismo y, por fin, del comunismo. Marx nunca sostuvo que la pobreza de América Latina era causada por la riqueza norteamericana o europea sino que esa noción es en realidad una postura tercermundista surgida mucho después. Esta ideología fue la que llevó a la formación de todas las organizaciones guerrilleras latinoamericanas de los años ’70 y continúa vigente entre los seguidores del filósofo alemán, quien sería el primero en refutarla. Y nadie como el francés Jean Francois Revel ha definido su finalidad: “el objetivo del tercermundismo es acusar y si fuera posible destruir las sociedades desarrolladas, no desarrollar las atrasadas.”
Toda crítica económica debe realizarse dentro de un marco de objetividad y coherencia. El progresista se desgañita por defenestrar el capitalismo yanki como causante de todas las calamidades habidas y por haber, pero esa crítica nunca incluye a países como Canadá, Suiza, Corea del Sur o Japón que se caracterizan por tener, precisamente (sólo con algunos matices de diferencia), ese mismo capitalismo. Por el contrario, dicha coherencia brilla por su ausencia. El antinorteamericanismo está basado en una interpretación tergiversada de las cuestiones económicas y culturales y es una visión totalmente prejuiciosa y superficial de ellas. En una palabra, no es serio, prospera sobre un fondo de desinformación histórica, de demagogia y de ingenuidad, y explota conscientemente el odio, la envidia y el resentimiento.
Todo el pensamiento de la izquierda actual se basa en la noción de que Estados Unidos es directamente responsable de las miserias de los países pobres. Según esa línea de pensamiento, el subdesarrollo de dichos países es el producto del enriquecimiento de otros. En última instancia, su pobreza se debe a la explotación de que son víctimas por parte de los países ricos del planeta.
¡Seguro, muchachos! Vamos a ver unos ejemplos.
Mr. Jones es un ingeniero de Boston; es casado, tiene tres hijos, trabaja en una empresa de microprocesadores y en sus ratos libres le gusta jugar al golf. ¿Cuál es la consecuencia de eso? Que el ingreso per cápita de Nicaragua sea de sólo 2.600 dólares anuales.
La relación causa-efecto es irrefutable, ¿verdad?
Mrs. Smith es una corredora de bienes raíces de Nueva York y en su caso particular está muy contenta porque a raíz de una serie de exitosas operaciones, consiguió un muy esperado ascenso en su firma. Le gusta el cine, la música clásica y el jazz, está estudiando francés y espera viajar a París este año. Está bien claro que es por eso que el ingreso de Zambia sea aún menor que el nicaragüense. ¿Cómo dudarlo?
Mr. Taylor tiene un lavadero de autos en Chicago. Le está yendo tan bien que piensa abrir una sucursal. Y como cada acto tiene consecuencias, con cada Ford Explorer que se lava en su establecimiento aumenta el índice de mortalidad infantil una décima de punto en Guatemala.
Mr. Harris de Detroit…
La cuarta y última fase de este odio es la más delicada. Involucra entrar de lleno en un territorio netamente freudiano. En el inconsciente de los buenos odiadores antiyankis, aquella gente representa al padre al que hay que matar para lograr la felicidad. Ellos son el chivo expiatorio (léase cabeza de turco) al que se le transfieren las culpas. Son los responsables de que proyectos políticos de la talla cívica de la Nicaragua sandinista o la Cuba de Castro no hayan logrado el maravilloso lugar que se merecían en el concierto de las naciones. Son los causantes del derrumbe de la Argentina en 2001 a pesar de la ductilidad de la alianza UCR- Frepaso. En vez de poner en práctica una economía de mercado, el intelectual progresista realiza lo que en psicología se conoce como “transferencia,” que no es otra cosa que enfardar a un tercero las responsabilidades por las propias fallas. Justamente, es en esa acusación de "imperialismo" en que se le transfieren las culpas. Para los intelectuales de los corillos de café, los males de los pueblos se siembran, como los manzanos de Johnny Appleseed, en los Estados Unidos. Las causas del atraso, pues, hay que buscarlas en sus prósperas y ordenadas ciudades, en su espléndido nivel de vida, en sus triunfos tecnológicos, en sus universidades, en sus bibliotecas, en sus maravillosas bellezas naturales.
Todos los países tienen los mismos defectos que Estados Unidos, pero pocos tienen sus virtudes. No existen muchos países con tanta libertad política, económica, religiosa y cultural, y con una tradición democrática de tantos años. Todas las razas y religiones se encuentran representadas en este país, lo que lo hace el más heterogéneo, multicultural, multirracial, multiétnico y multirreligioso del mundo. En ese sentido, su cultura es rica; más aún, enriquecedora.
Por lo tanto, el hecho de que esta ola de odio se dirija contra este país solamente demuestra la eficacia de la infiltración marxista en los medios de información. Estados Unidos es, en cierto modo, el espejo en que se mira el mundo, incluso ellos mismos. La imagen que rebota es que la democracia representativa y el sistema capitalista de libre empresa son los mejores sistemas políticos y económicos conocidos por el hombre. La historia, no los corillos de café, debe ser la encargada de juzgar a este país tan grande.

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