martes, 26 de abril de 2011

Una visita al FMI

Si algo ha hecho famoso al Fondo Monetario Internacional en los últimos sesenta y tantos años, han sido las manifestaciones públicas de repudio que sus empleados y expertos han recibido cada vez que acudían a un país a recomendar o supervisar un proyecto de estabilización o saneamiento económico. “El Fondo Monetario Internacional es el cancerbero del dólar yanki,” dijo una vez el Che Guevara. (¿Alguna vez habrá tenido un problema con un cancerbero de Afrika o de Mau-Mau y eso le causó un trauma?)
Pero ¿qué es realmente el Fondo? ¿En qué consiste esta organización tradicionalmente vista como el hambreador y explotador supremo de los pueblos? ¿Es el embajador universal de Satanás? ¿Es una conspiración de todos los diablos del infierno para someternos a nosotros? ¿Quién lo controla realmente? ¿Una raza de reptiloides extraterrestres? ¿Los Ellos de El Eternauta? ¡Qué no se endilga al Fondo! Es el causante de todas las hambrunas, inflaciones, recesiones, golpes de estado, corralitos, guerras, inundaciones, tsunamis, terremotos y cualquier clase de tragedia que tenga lugar al sur del Río Grande. Hasta debe ser el culpable de que la Selección Argentina no pase los cuartos de final en la Copa del Mundo. Este ensayo tiene por objeto desmitificar a un organismo sobre el cual se han tejido muchas fábulas ciertamente explotadas con fines políticos.
Sin duda, el aspecto más sorprendente del Fondo es que uno de sus fundadores, Harry Dexter White, era un comunista, del que existen pruebas de que en la década del ‘40 pasaba información confidencial al partido comunista norteamericano que, a su vez, la hacía llegar a Moscú. White era un alto funcionario del Tesoro de los Estados Unidos en la administración Roosevelt, a quien se encargó que diseñara un plan de reforma del sistema monetario internacional para ser aplicado una vez terminada la Segunda Guerra Mundial. En los años finales de la contienda, White mantuvo largas discusiones con el representante británico que era nada menos que John Keynes, quien había diseñado también un proyecto de reformas que tenía algunos puntos de discrepancias con el de White. Finalmente, prevaleció el plan norteamericano conocido, precisamente, como “Plan White,” que sirvió de base a los históricos acuerdos de Bretton Woods de 1944, uno de cuyos resultados fue justamente la creación del Fondo Monetario Internacional al año siguiente.
El mundo recién salía de la guerra más cruenta que hubiera conocido jamás, y a continuación venía el trance de la penosa recuperación económica. La idea era que este organismo funcionara como un canal de los fondos recibidos hacia un destino determinado según las necesidades monetarias; fondos que no eran ningún maná caído del cielo, sino que eran el resultado de la producción económica. Con el tiempo, el FMI fue volcando su mayor caudal de dineros a países conocidos hoy como subdesarrollados. América Latina se convirtió en una de las regiones en las que el Fondo intentaría aliviar los problemas de financiamiento de algunos gobiernos.
¿Estaban los gobiernos obligados a aceptar los préstamos del Fondo? No. A nadie se le puso nunca un revólver en la cabeza. A nadie se amedrentó. A nadie se amenazó de muerte ni nada por el estilo. Ni siquiera un presidente tan conservador y derechoso como Ronald Reagan intentó decirle a la Argentina: “Vamos a ofrecerles un préstamo de un billón de dólares y si ustedes no lo aceptan, les mandamos a los Marines.” Ni siquiera nos amenazaron con el Super Agente 86. Y además, ningún norteamericano fue director general de este organismo con sede en Washington.
La deuda externa no es otra cosa que un contrato entre bancos y gobiernos. Según el diccionario de la Real Academia Española, un contrato es un pacto o convenio entre partes que se obligan sobre materia o cosa determinada, y a cuyo cumplimiento pueden ser compelidas. Es natural, por lo tanto, que si los bancos prestaban, iban a requerir el cumplimiento de las condiciones previamente pactadas. Como en un partido de fútbol cuyo reglamento se establece de antemano, y a cuyo cumplimiento las partes pueden ser compelidas porque eso es precisamente lo que están haciendo: jugar al fútbol. Los bancos, cuya existencia se justificaba a través de los intereses a quienes les prestan dinero, iban a hacer luego eso: prestar dinero.
Se habla de los préstamos del Fondo como si fueran una maldición bíblica (o del Kama Sutra) y no como lo que son realmente: una acción humana deliberada. ¿Por qué culpar a los bancos de haber dado los dineros? El verdadero deudor latinoamericano no es otro que el estado. Deudor que luego iba a pasar la factura al pueblo, a través de los impuestos. Los prestamos que afluyeron a la Argentina, tanto del FMI como de otras instituciones como el Banco Mundial tuvieron, sin excepción, el aval de todos los gobiernos incluyendo a la presidenta (perdón, presiden-TA) Cristina Fernández de Kirchner.
El estado subscribió los préstamos en primer lugar. Así que, por favor, no nos culpen a nosotros, los liberales. Nosotros somos los primeros en querer restringir los movimientos del estado a las áreas que debe cumplir: salud, educación, justicia, defensa y relaciones exteriores. La prosperidad económica de una nación se basa en la operativa del sector privado, no en los movimientos del estado. Eso es lo que nosotros sostenemos. Lo último que quiere un liberal es un estado que meta la nariz en el tema préstamos. ¡El estado ni se tiene que enterar que el Fondo Monetario existe!
Mucha gente tenía simpatía por la Unión Soviética en los Estados Unidos en la década del ’40, por lo que el caso de White no resulta excepcional. La ironía del destino es que fuera precisamente un comunista quien habría de crear uno de los mayores objetos de odio de los comunistas de las últimas décadas. Tal vez, una estrategia para el Fondo sería anunciar este hecho con bombos y platillos por toda América Latina. Es posible que así sus funcionarios sean acogidos con un poco más de entusiasmo en todos los países que visitan. ¿El objeto crea el odio o el odio crea el objeto?

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