jueves, 21 de abril de 2011

Unos fantasmas recorren el mundo: las empresas

El Manifiesto Comunista decía, “un fantasma recorre el mundo,” refiriéndose al comunismo. Para la izquierda actual, los fantasmas que recorren el mundo no son uno sino varios: las empresas.
¿Y qué es una empresa? Es un engendro diabólico regenteado por hienas fascistas. Es una maquinaria voraz diseñada para saquear las riquezas de los pueblos y someterlos a la explotación y al colonialismo. Es una corporación que contribuye a acentuar la división internacional del trabajo, la cual tiene como finalidad que unos países ganen y otros pierdan. Es un instrumento de dominación de las clases trabajadoras. Es un medio de perpetuar las injusticias sociales en el planeta. Cuanto más sufren los pueblos, más felices son los CEOs.
Como diría Juan Bautista Alberdi, los colores de que me valgo serán fuertes, podrán ser exagerados, pero no mentirosos, y no hay duda que esta es la espeluznante escena que anida en el inconsciente colectivo de la gente de izquierda en lo que al concepto de “empresa” se refiere. Alzan la voz al unísono en contra de estas herejías de los tiempos modernos.
¿Qué es lo que hasta tal punto los enfurece y escandaliza? El fracaso y los desastres provocados por las políticas estatistas e intervencionistas que ellos pregonan en todas partes, pero muy especialmente en los países donde más profundamente fueron aplicadas: los países latinoamericanos y otros del tercer mundo. Y su obstinación en insistir en dichas políticas.
Para comprender realmente por qué le llueven tantas diatribas a estas entidades por parte de la izquierda intelectual y revolucionaria, nos conviene empezar el análisis al revés: qué no es una empresa.
Una empresa no es una institución de caridad como la Cruz Roja o el Ejército de Salvación. No tiene interés en regalar dinero a un país en que invierte, precisamente porque eso es lo que hace: invertir, actividad que no puede desligarse del objetivo de conseguir beneficios. Lo que hacen, entonces, es buscar ganancias. Si una empresa invierte dinero en otro país, lo hace porque supone, porque ha calculado que puede recuperarlo y obtener mayores beneficios en el tiempo. Esa empresa se arriesga a diario en ese país, porque la colocación de los productos o servicios que ofrece está sujeta al impredecible equilibrio de la oferta y la demanda, fuera de toda intromisión estatal. Más aún, una empresa va a un país determinado cuando se le permite ir, se van cuando se les obliga a irse. Esto hecha por tierra la teoría de que las empresas son una suerte de ejército expeditivo que avasalla fronteras transnacionales. ¿Por qué General Motors, McDonald’s o Coca-Cola no existen en Cuba? Porque el gobierno no les permite entrar. ¿Por qué compañías telefónicas o ferroviarias inglesas o norteamericanas se fueron de la Argentina en la década del ’40? Porque Perón las obligó a irse.
Una empresa exitosa produce más de lo que gasta y, consecuentemente, desea que su esfuerzo sea recompensado con beneficios. El mundo se mueve en función de obtener beneficios. El sistema mundial mismo reposa sobre esa premisa. Nadie se especializa en perder. Todos (los que hacen bien su trabajo) se especializan en ganar. ¿Por qué hay que suponer que obtener utilidades es moralmente reprochable? El ser humano progresa cuando puede ejercer plenamente sus facultades creativas en beneficio suyo y de quienes lo rodean. En ese sentido, la búsqueda del beneficio es sana y moral.
Al abrirse una economía al capital privado nacional o extranjero, siempre y cuando haya un mínimo de condiciones, esa economía se beneficia. Es como un juego de poleas que va sacando del pozo al país en su conjunto. Los capitales se desplazan de nación confiable a nación confiable buscando siempre el mercado más seguro, rentable y predecible para efectuar sus inversiones. Cuanto más serio y predecible es un país, más garantías da para invertir. No es casualidad que los países más pobres de la Tierra sean aquellos que se encuentran sometidos a burocracias monstruosas, a dictaduras delirantes, ya que al no contar con esas condiciones mínimas, se cierran sobre sí mismos como un pulpo, apenas comercian con el mundo y nadie quiere invertir en ellos. Nigeria cuenta con grandes recursos naturales; sin embargo, su población sufre una pobreza rampante. ¿Quién tiene la culpa? ¿El FMI? ¿Barack Obama? ¿La General Motors? ¿Microsoft? ¿Bill Gates? No. Son las décadas de regímenes militares que ha vivido ese país. Corea del Sur, al finalizar la guerra en 1953, quedó despojada de toda su industria, ya que ésta se encontraba en el Norte. Obvio sería hablar de la diferencia entre las dos Coreas hoy. La Unión Soviética hundió en la miseria más abyecta a todos los países que dominó, muchos de los cuales lograron más tarde una increíble mejora en el nivel de vida de sus ciudadanos convirtiéndose así en sociedades serias y predecibles.
¿A quién conviene que una empresa radicada en un país determinado obtenga beneficios? A todos. Ellas traen dinero, tecnología, trabajo, y todo el beneficio que obtengan vendrá de haber logrado dar una salida a los bienes y servicios que produzcan. Si esos bienes lo venden internamente, el mercado local habrá crecido. Si los exportan, el país habrá logrado una salida para productos locales que de otra forma no habría conseguido, beneficiándose con la decisión que tomará la empresa de mantener o incluso expandir sus inversiones en el país donde habrá instalado sus negocios. Si es por eso, pues, conviene que ganen millones y por qué no billones de dólares. ¿Quién se perjudica? Los intelectuales que ven postergados sus clamores de luchar contra el imperialismo y otras yerbas propias de la izquierda resentida e ignorante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario