lunes, 10 de octubre de 2011

Los devastadores efectos de la corrupción en la sociedad

La razón por la cual los gobiernos deben circunscribir su actividad a las áreas de defensa exterior, cuidado del orden interno y preservación de una moneda confiable es que el gobierno que excede ese marco de actividad debe financiarlo de algún modo y, muchas veces, eso se hace con emisión monetaria que, inmediatamente, genera inflación. Y la inflación no significa otra cosa que desconfianza y deshonestidad. Esto es algo que el ciudadano advierte. No importa el valor nominal de su salario: no le sirve, no le alcanza para calmar sus necesidades. Dicho así, esto puede parecer muy duro, pero no hay duda de que es lo que ocurre a diario frente a las góndolas de los supermercados.
Al mismo tiempo, se deterioran las funciones esenciales. No hay justicia interna, se descuida la defensa externa y se deja de preservar el genuino valor de la moneda. La consecuencia de todo esto es que decae la credibilidad en el sistema.
Y todo esto no es más que la herencia del sistema populista que aún perdura y el daño sigue. En la Argentina, la generación del 80 hablaba de progreso, no de redistribución de la riqueza. Aquel era un progreso gradual, paso a paso, basado en un sistema institucional libre. El verdadero problema del populismo es que es totalmente irresponsable: promete y vende cosas imposibles de aplicar en la práctica. Con eso le hace un daño muy profundo al sistema económico, social y político.
El populismo representa una gran inconsistencia. Esa inconsistencia es el mejor caldo de cultivo para la corrupción, la cual tiene devastadores efectos para la sociedad. La corrupción en el mundo es casi tan vieja como el gobierno. Dos mil años antes de Cristo, había corrupción en el gobierno egipcio. Mientras que en Roma, el gran emperador Julio César fue asesinado por una conspiración de senadores de la que formó parte su propio hijo adoptivo.
Hay tres elementos que estimulan el desarrollo de esta corrupción tan dañina. Primero, un estado demasiado extendido. Cuando esto sucede, generalmente crece el número de funcionarios mal pagos que tratan de beneficiarse a través de negociados.
Segundo, y mucho más importante, son las regulaciones que dan cabida a la corrupción. Si hablamos de una sociedad libre, debemos hablar de una sociedad desregulada. Lo mismo sucede si hay sistemas impositivos muy complejos; esto también, lejos de castigarla, incentiva la corrupción.
El tercer elemento es la mencionada inflación.
Estos tres elementos combinados tienen literalmente el poder de disgregar el tejido social. Cuanto más grande el estado, cuanto más extendidas las regulaciones, mayor será la corrupción. Aquí, simplemente, se pone en evidencia la conocida máxima que nos recuerda: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.”
Los malos ejemplos que dan los funcionarios tienen, como dijimos, un efecto sobre la sociedad que es devastador. Y mayor será cuanto más encumbrado esté el jerarca en cuestión.
Es muy importante, por lo tanto, que los jerarcas, los jefes, los ministros o el presidente en el gobierno no den el mal ejemplo de corrupción. Ni ellos ni los que los circundan. Este es un aspecto primordial para el sistema: si la gente ve la corrupción en el poder, se preguntan, “¿qué se puede esperar de ellos si son corruptos? ¿qué queda para nosotros?"
Y finalmente, la justicia, sin duda el punto más delicado, el más sensible. Porque cuando la corrupción llega allí ya ha caído la última línea de protección y el ciudadano ya no tiene defensa.
En los actuales momentos en que el mundo parece sometido a un torbellino de transformaciones, tanto la Argentina como toda América Latina pueden tener un futuro promisorio, no tanto por sus recursos naturales, que son extraordinarios, sino por los humanos, que son mucho más decisivos.
Lo que necesitan los países del área son políticas contrarias a las que hicieron gran parte de su existencia. Dicho de otro modo, estabilidad, libertad económica y, sobre todo, una férrea ética del trabajo como la que caracterizó a los colonos de la Nueva Inglaterra del siglo XVIII, precursor del actual Estados Unidos.

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