sábado, 17 de marzo de 2012

La guerrilla

En su libro “La guerra de guerrillas” publicado originalmente en Cuba en 1960, Ernesto “Che” Guevara parte de tres axiomas para llevar adelante una acción de lucha revolucionaria: primero, las guerrillas pueden derrotar a los ejércitos regulares; segundo, no hay que esperar a que exista un clima insurreccional, pues los focos guerrilleros pueden crear esas condiciones; tercero, el escenario natural para esta batalla es el campo y no las ciudades. El corazón de la guerra revolucionaria guerrillera está en las zonas rurales. A partir de esos dogmas, el Che explica la estrategia general, las tácticas a emplearse, la formación de unidades guerrilleras, los tipos de armamentos, y el papel de apoyo que deben desempeñar los guerrilleros urbanos. Este es, en síntesis, un curso teórico-práctico de guerra de guerrillas, el cual fuera desarrollado por las diversas organizaciones subversivas latinoamericanas de la década del ’70.
El gran error de este libro (que le costó la vida a miles de jóvenes latinoamericanos miembros de dichas organizaciones que intentaron ponerlo en práctica) es que presenta (o por lo menos sugiere) el derrocamiento de Fulgencio Batista como una epopeya de esfuerzos titánicos y de un valor abnegado sin parangón en la historia. Ese es, justamente, el cuadro que la izquierda suele tener de la revolución cubana. Nada más alejado de la realidad. La guerra contra Batista consistió en una serie de escaramuzas, emboscadas y tiroteos sin pena ni gloria contra un general mediocre que ni siquiera quería pelear, sino que simplemente estaba interesado en enriquecerse en el poder junto a sus cómplices. Batista, por ejemplo, no quiso enfrentar a las huestes de Castro luego del desembarco del Granma, y permitió que los sobrevivientes se reorganizaran durante casi un año de poquísimas actividades militares, simplemente para poder aprobar “presupuestos especiales de guerra” que iban a parar a los bolsillos de los militares más corruptos, con él mismo en primer lugar. Durante todo el período de lucha, no murieron más que trescientos militares cubanos. Además, muchos buenos oficiales del ejército y los soldados, desmoralizados por tener un jefe tan detestable, terminaron por apoyar al enemigo. Y así, tras perder el apoyo de Estados Unidos –que había decretado un embargo a la venta de armas a Batista desde principios de 1958- el dictador decidió escapar la madrugada del 1 de enero, con el ejército prácticamente intacto y con sólo una ciudad –Santa Clara- en poder del enemigo. No lo había derrotado Fidel Castro. Se había derrotado él mismo por su propia corrupción y desidia. Eso es lo que “La guerra de guerrillas” omite olímpicamente. Sin mencionar que muchos de los grandes diarios norteamericanos fueron entusiastas auspiciadores de Fidel. El New York Times, especialmente, lo pintaba como un héroe. La revolución cubana, en realidad, fue una campaña de relaciones públicas.
La experiencia cubana fue una excepción que, naturalmente, no se repitió en ningún otro país. La experiencia de Nicaragua, en 1979, fue completamente distinta. Somoza cayó por la decidida y combinada acción de Cuba, Venezuela, Costa Rica y Panamá, a lo que debe sumarse la pasividad de Jimmy Carter, pero no como consecuencia de un enfrentamiento “popular” entre la Guardia Nacional y la guerrilla.
Sin un claro apoyo internacional –armas, combatientes, entrenamiento, dinero, apoyo diplomático- la guerrilla no puede lograr nada. Hace muchos años, un ingeniero cubano emigrado a Estados Unidos efectuaba las siguientes declaraciones por televisión: “Los únicos que pueden defender el comunismo son los funcionarios del partido, porque son los únicos que sacan provecho de él.”
De la misma manera, los únicos a quienes puede interesar la guerrilla son los gobernantes inescrupulosos que financian y entrenan a las diversas organizaciones con el fin de obtener réditos políticos. Auspiciar actividades guerrilleras –especialmente en algún lejano rincón del planeta- es también una buena excusa para sacarse de encima a alguien. Cuando Guevara dejaba Cuba para apoyar la insurreción en el Congo, Castro proclamó que su ex-ministro iba a cumplir “tareas revolucionarias independientes.” En realidad, Fidel prefería al Che fuera de Cuba, ya que entre ambos habían aparecido serias discrepancias sobre la forma de conducir el país.

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