sábado, 24 de marzo de 2012

La visita del Papa a Cuba

Cuando Benedicto XVI regrese al Vaticano luego de su visita en Cuba, tendrá un número dos en su haber: habrá sido el segundo Papa en pisar la isla caribeña. Su antecesor, Juan Pablo II, estuvo en enero de 1998.
¿Habrá servido de algo?
Por lo pronto, los disidentes cubanos están divididos. Unos están a favor, porque esperan que hable de derechos humanos, y otros están en contra, porque creen que esta nueva visita legitima al régimen. Juan Pablo II fue recibido con gran expectativa en su momento, ya que se le atribuía una gran responsabilidad en la caída del comunismo en Europa, y existía la secreta esperanza de que su presencia desatara un proceso de cambio. Justamente, en eso consistía la expectativa no solamente de Cuba sino del mundo entero.
Catorce años después, Benedicto XVI llega a Cuba. ¿Algo ha cambiado? Fidel Castro se ha retirado del poder y ahora gobierna su hermano Raúl. Al menos, esa es la información oficial. Aunque no sería nada raro que el viejo y decrépito dictador Fidel siga gobernando desde las sombras (o desde el soleado jardín de su mansión en La Habana) manejando a su pobre hermano Raúl como un títere.
Tarcisio Bertone, secretario de estado del Vaticano, declara que “la visita del papa Benedicto XVI ayudará al proceso de desarrollo hacia la democracia y abrirá nuevos espacios de presencia y actividad de la iglesia.”
Pero el buen cardenal está indebidamente optimista. No hay esperanzas de que cambie el destino de esta sociedad por una visita papal. Y si no, ¿por qué no se ponen en práctica los conceptos del mismo Benedicto XVI? A bordo del avión que lo traslada a México, primera etapa de su gira, el Sumo Pontífice declaró a los periodistas que lo acompañaban que “Cuba debería abrirse al mundo y el mundo debería abrirse a Cuba.” La declaración es similar a la que Juan Pablo II realizó durante su visita a la isla en 1998. “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba,” dijo entonces el papa polaco.
“Es obvio que la iglesia siempre está del lado de la libertad, la libertad de conciencia, la libertad de religión,” agregó Benedicto XVI. “Hoy estamos en una época en que la ideología marxista no responde a la realidad y si no es posible construir cierto tipo de sociedad, entonces se necesita encontrar nuevos modelos, de forma paciente y productiva.”
La dictadura castrista se empeña en mantener los rasgos esenciales de un modelo totalitario, brutal e improductivo, retocado con algunos vestigios más que menores de propiedad privada, y todos saben que el modelo está destinado a hundirse más aún en el fracaso. En Cuba circulan dos monedas, el peso cubano y el CUC (peso cubano convertible), que es usado por turistas, diplomáticos y extranjeros en general, mientras que la pobre población utiliza el “tradicional” peso cubano.
Por su parte un vendedor de libros antiguos de la Plaza de Armas de La Habana Vieja, comentaba que “muchos se ilusionan con que el Papa va a traer un cambio, pero yo no creo que vaya a cambiar nada: los ricos seguirán siendo ricos y los pobres, pobres.”
El gobierno quiere demostrar que es abierto y tolerante al recibir a tan ilustre visitante. Benedicto XVI oficiará una misa en la Plaza de la Revolución donde se espera asistirán millones de personas. Los frutos espirituales y pastorales se irán viendo conforme pasen los días y meses venideros. Después de todo, la función eclesiástica es pastoral, no política. Ahora bien, si esto contribuye a que el régimen evolucione hacia un sistema democrático es algo que está por verse. El anterior viaje de Juan Pablo II a la isla hace catorce años no rompió las cadenas del régimen comunista. Más aún, Benedicto XVI ha recibido una carta de Lech Walesa instándole a que se reúna con los opositores al castrismo. La respuesta hasta ahora ha sido negativa.
Los católicos siempre han sido minoritarios en Cuba, ya que la población se inclina mayoritariamente por los cultos de origen africano. No obstante lo cual, fueron severamente acosados por el régimen castrista, que cerró seminarios, expulsó a todos los religiosos extranjeros, y puso múltiples trabas al culto católico. Sólo los sacerdotes y creyentes reclutados en una militancia “revolucionaria” –seguidores de la teología de la liberación- fueron bienvenidos en la isla. Al parecer, gracias a la visita de Juan Pablo II, algunas de esas restricciones fueron suavizadas, se reabrió un seminario y se permite, aunque vigilada, una discreta actividad parroquial. Pero la jerarquía no ha tenido derecho a obtener una estación de radio propia que reclamaba, ni programas televisivos ni una publicación diaria. De modo que, incluso en este específico campo de acción pastoral e institucional, los logros de la presencia de un Papa resultarían mínimos.
La expectativa es que esos logros crezcan y vayan atenuando los rigores de la represión abriendo agujeros en la muralla del totalitarismo por donde circulen vientos libres.

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