sábado, 3 de marzo de 2012

Qué hacer ante las constantes provocaciones de Irán

Dos ciudadanos iraníes, Manssor Arbabsiar y Gholam Shakuri fueron detenidos en octubre pasado en Nueva York acusados de planificar un complot terrorista para atacar las embajadas de Israel y Arabia Saudita en Washington, e intentar asesinar al embajador de este último país. El complot fue desbaratado por agentes de la DEA y el FBI, cuando Ababsiar se puso en contacto en mayo pasado en México con un agente encubierto, al que creía miembro de un cartel del narcotráfico, para pedir asistencia para asesinar a Adel Al-Jubeir, el embajador saudí. Según las pruebas presentadas ante la justicia, en aquel encuentro se acordó que se depositarían 100.000 dólares en una cuenta bancaria a nombre de Arbabsiar en un banco de Estados Unidos como pago inicial de un total de un millón y medio de dólares para el intento de asesinato contra el embajador.
El director del FBI, Robert Muller, indicó que el gobierno mexicano participó activamente en el desmantelamiento de la trama y subrayó que este caso ilustra que “vivimos en un mundo donde las fronteras y los límites son cada vez más irrelevantes. Los individuos de un país intentaron conspirar con un cartel de tráfico de drogas de otro país para asesinar a un ciudadano extranjero en suelo norteamericano. Y aunque se lee como las páginas de un guión de Hollywood, el impacto habría sido muy real y muchas vidas se habrían perdido.” Por su parte, el gobierno iraní rechazó las acusaciones, a las que calificó de “infundadas.”
Este plan tan siniestro es un ejemplo de cuán inquietante es el actual régimen de Teherán, un régimen cuyas amenazas y provocaciones para la paz mundial son incesantes. Irán es más de lo que el profesor Yehezkel Dror, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, denomina “un estado loco.” Teherán presta un apoyo fundamental a las organizaciones terroristas como, por ejemplo, Hezbollah, Hamas y la Jihad islámica. De acuerdo con el Departamento de Estado norteamericano, Irán es el país que más financia el terrorismo.
El actual programa nuclear iraní, sumado a sus sistemas de lanzamiento de largo alcance, amenaza en particular la estabilidad de Medio Oriente. Irán posee el misil Shahab-3, que tiene un alcance de 1.300 kilómetros y es apto para llevar ojivas nucleares, y está trabajando en potenciar el rango de su arsenal balístico. Los servicios de inteligencia de Israel afirman que Irán tiene, además, 12 misiles cruceros con un alcance de 3.000 kilómetros con capacidad de llevar cabezas nucleares. La mejora posterior de la calidad de los misiles podría, en principio, poner en riesgo al continente europeo e incluso, eventualmente, a los Estados Unidos.
Estas ambiciones nucleares de un estado revisionista que intenta exportar la revolución islámica, una doctrina que se remonta incluso al Imperio Persa, desafían el actual régimen de no proliferación nuclear, expresado por el Tratado de No proliferación Nuclear de la ONU, y son una amenaza más que grave para las intenciones de Estados Unidos de frenar la proliferación nuclear en Medio Oriente y en otras partes del mundo. De hecho, un Irán nuclear tendría un efecto en cadena, generando más proliferación nuclear en la región. Estados como Arabia Saudita, Egipto, Turquía e Irak difícilmente resistirían la tentación de contrarrestar la actitud iraní, adoptando posturas nucleares similares.
El escenario resultante de este Medio Oriente multinuclear constituiría una receta para el desastre. Bastaría el menor movimiento en falso para desencadenar literalmente un Armagedón.
Además, ante el caso de un Irán con armas atómicas, los pequeños países árabes del Golfo Pérsico (Kuwait, Qatar, etc.) no tendrían otra opción que abandonar la órbita pro-norteamericana y aliarse con Irán por simple auto-preservación.
El hecho es que Teherán está cada día más cerca de producir armas nucleares. Los esfuerzos diplomáticos para detener el programa iraní fracasaron. Teherán ignoró los resguardos de la Agencia Internacional de Energía Atómica y siguió adelante con su programa nuclear. Irán resistió toda presión diplomática para discontinuar este programa y parece estar resuelto a producir uranio altamente enriquecido, que constituye el estado crítico y final en la construcción de una bomba nuclear. A principios de 2006, los iraníes decidieron romper, en algunas de las instalaciones nucleares, los sellos de la AIEA, marcando la determinación del régimen de Teherán de continuar con su programa de enriquecimiento de uranio centrifugado.
Declaraciones oficiales de varios líderes de países occidentales indican una creciente exasperación frente al comportamiento de Irán en el tema nuclear y la poca disposición a ceder ante demandas para que este país entre en razones. El mismo director de la AIEA, Mohammed El Baradei, dijo que “el mundo está perdiendo la paciencia con Irán.”
Por su parte, la secretaria de estado norteamericana Hillary Clinton dijo que Irán “cruzó una línea,” refiriéndose al mencionado plan de atentados contra las embajadas desbaratado en octubre próximo pasado; un plan macabro y siniestro que inevitablemente nos trae al recuerdo los terribles atentados cometidos en la Argentina contra la embajada de Israel y la sede de la AMIA en 1992 y 1994, respectivamente.
Esa “línea” representa claramente una amenaza. Esa amenaza existe y está representada por un estado extremista y altamente impredecible. Por eso, lejos de ignorarlo, el mundo libre debe poner toda su atención sobre este “estado loco” cuya hostil ideología, particularmente arraigada contra Israel, coloca al estado judío en una posición especialmente vulnerable y arriesga el siempre delicado equilibrio de la paz mundial. Una bomba nuclear en manos iraníes puede sentar un precedente gravísimo. La diplomacia está llamada a fracasar; por lo menos, es lo que ha demostrado hasta ahora. Además, las sanciones económicas suelen ser ineficaces, dejando sólo la alternativa de utilizar la fuerza, y esa utilización, como opción viable para detener el programa nuclear iraní. Una acción decidida contra las instalaciones nucleares iraníes representa, es cierto, muchos riesgos, pero la inacción podría repercutir mucho más seriamente. Si Irán emerge con un arsenal nuclear, no será el fin de la crisis actual sino el comienzo de una nueva y más peligrosa.

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