jueves, 19 de julio de 2012

Necesitamos poner límites

La verdad que atraviesa la Argentina es que el sistema entero está falsificado. Ese, y no otro, es su rasgo distintivo. El gobierno falsifica, manipula y adultera sistemáticamente las estadísticas oficiales, con lo cual distorsiona la realidad misma. La esfera misma de pensamiento está manipulada y distorsionada, y eso se lo debemos a la muy bien instalada red de medios acólitos a los que el régimen nos tiene acostumbrados, pero también al absoluto déficit de alternativas de oposición que funcionen como tal. Alguien tiene que poner límites a la soberbia, locura y arbitrariedad que caracterizan a este gobierno. La gran potencialidad que anida en este país se encuentra presionada, postergada, cohibida bajo un régimen que la está sometiendo, que la está golpeando en muchas más maneras de las que quizás nosotros podamos saber.
En un país donde las instituciones funcionaran como se debe, la presidenta Cristina Kirchner debería haber sido demandada por violar el secreto fiscal de cierto agente inmobiliario, al acusarlo, en un verdadero acto intimidatorio impropio de la figura presidencial, de no haber presentado su declaración jurada, o la declaración jurada de la firma de la que sería socio, por medio de la cadena nacional. Como abogada, Cristina Kirchner debería saber que el secreto fiscal sólo se levanta por la comisión de un delito o en el marco de un proceso penal en el que, obviamente, tiene intervención la justicia, y ésta decide el levantamiento. Si, además, vamos al caso de declaraciones juradas, el secretario de Hacienda, Juan Carlos Pezoa, debería explicar por qué, desde diciembre pasado no hace públicos los gastos del presupuesto nacional. Es decir, del dinero que paga el pueblo argentino. El gobierno debería saber que los funcionarios tienen el ineludible deber de informar. El funcionario no debe controlar al ciudadano para ver qué hace. El ciudadano debe controlar al funcionario. Es la diferencia entre el estado de derecho y un régimen autoritario y avasallante.
Por supuesto, no es el único ejemplo. De hecho, la presidenta habla del estado y de los presupuestos como si ella fuera la dueña del dinero público. Habla de los gobernadores como si fueran sus empleados. Habla de los fiscales y los jueces como si fuesen sus subordinados y no un poder independiente, una de las tres ramas de poder que constituyen la división de poderes, núcleo mismo de la democracia moderna. Es capaz de retar a un gobernador, a un periodista, a un empresario, a un “abuelito amarrete” que le quería regalar dólares a su nieto, a un agente inmobiliario que tuvo la osadía de decir que cada vez se vendía menos y también a la Corte Suprema de Justicia como si estuviera por encima de todos (y todas) y como si el 54% de los votos que obtuvo el año pasado le sirvieran como carta blanca para hacer todo lo que se le antoja, sin ningún límite legal ni constitucional.
En recientes apariciones televisivas, el ex ministro de economía Domingo Cavallo aseguró que el matrimonio Kirchner apoyó sus políticas mucho más de lo que lo hicieron otros peronistas. “Néstor y Cristina venían a pedirme consejos y a darme apoyo,” declaró Cavallo. “Ellos apoyaron las políticas de la década del ’90 mucho más que otros peronistas o sindicalistas como Moyano.” Y agregó que la jefa del estado "es una mentirosa" y que tiene "una actitud oportunista". "Néstor me pedía aprender economía cuando conversaba conmigo, que ahora diga que se le atragantó la tostada es un actitud oportunista. Es una mentirosa, dice eso ahora pero no es lo que ella pensaba antes."
El tema de “la tostada” se refiere a las más que patéticas  declaraciones que tuvo recientemente la presidenta con respecto a su condición de calvo.
Allí ella había dicho: "Hoy me pegué un susto bárbaro a la mañana, la verdad. Recibo entre todos los diarios locales, además, El País, de España, el más importante de la madre patria, casi 2 millones de lectores. Miren lo que era la tapa: «La UE pone bajo tutela a España». Miren al pelado ese (por Guindos). Me trajo unos recuerdos que casi me amargan el desayuno, me quedé con la tostada atragantada".
Cavallo dijo que se sintió aludido, pero que no le importó. “La presidenta nos miente en todo, “dijo el ex ministro.
No sólo nos miente en todo, sino que todavía tiene el aval de gente que parece estar dispuesta a aceptar tanta mentira, tanta arrogancia, tanta prepotencia. En estos momentos, el índice de popularidad de la presidenta debería ser cero: la economía se contrae, la inflación se dispara, la inseguridad convierte las calles en tierra de nadie, la justicia es cualquier cosa menos independiente, la educación va en picada. Hay un hecho innegable que duele, que ofende como ningún otro, que es el siguiente: a la Argentina ya hay que compararla con pobres países gobernados por payasos y dictadorzuelos de cuarta como Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia cuando, en realidad, por su potencialidad, por sus recursos humanos y materiales, (en definitiva, por razones obvias que serían redundantes enumerar aquí) habría que compararla con Canadá y Australia. Ese, y no otro, es el  lugar que le corresponde a este país: ser un gran país. Cuán horrible, entonces, es nuestra actual clase dirigente: cuán mezquina, traicionera, cobarde, hipócrita, obsecuente, ignorante e incompetente. Lo peor no es que la mentira provenga de un partido político, demagogo en campaña o comunicador de turno, sino que el ardid está legalizado e institucionalizado para llevar adelante este falso modelo de país que sólo los necios más abyectos pueden aceptar.    
La política nacional tiene una deuda: el ciudadano necesita una opción para polarizar un voto opositor, y que esa opción se transforme en una alternativa electoral coherente. Contar con una auténtica alternativa de oposición es una necesidad imperiosa ante tanta mentira, delirio y arbitrariedad.

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