jueves, 8 de abril de 2010

Bagdad: ¿Adiós Saddam?

Buenos Aires, enero de 1992

Noticias provenientes de Irán dan cuenta de un refugiado kurdo que logró huir de Irak a ese país a fines del año pasado. Según sus declaraciones a la agencia IRNA, todo el ejército iraquí está siendo sometido a un severo control por parte de su jefe, Saddam Hussein, quien no soló ha dado de baja o transferido a altos oficiales del mismo, sino que ha hecho ejecutar a muchos de ello, así también como a civiles, en un evidente intento de contener lo que él mismo debe ver como inevitable ya: su derrocamiento. El descontento popular, en efecto, se multiplica por todo el país y dentro y fuera de él se trabaja para poner fin a su régimen de terror de trece años. Mientras que cerca del hotel Sheraton de Bagdad estalló un vehículo, en Damasco, Siria, se realizó una reunión de la oposición que examinó un proyecto de derrocamiento. Todo parece indicar que el dictador tiene los días contados.
Saddam Hussein llevó al mundo a la guerra, destruyó Kuwait, jugó con la vida de sus súbditos, contaminó las aguas del Golfo Pérsico, sembró minas, colocó alambres de púas y cavó trincheras por tres motivos. El primero puede parecer absurdo, si se quiere, en su acepción de ajeno a la razón, pero como quien nos ocupa no se caracteriza precisamente por la razón que tiene, no hay duda que su intención era dejar de ser un oscuro e ignoto tirano para pasar a ocupar las primeras planas de la prensa internacional; objetivo que, lamentablemente, cumplió en demasía. Los otros dos motivos, más "trascendentes" por así decirlo, pero no por eso menos viles, son de índole política y económica: el petróleo de su vecino Kuwait y una excusa para distraer la atención sobre la ineficacia de su gobierno que al mismo tiempo de crear uno de los ejércitos más armados del mundo, mantiene a más de la mitad de la población en el analfabetismo.
La pregunta, entonces, no es si caerá sino cuando lo hará. Porque en un momento en que la conciencia humana ha avanzado al punto de derribar uno tras otro los regímenes totalitarios y opresivos de todo el mundo, constituye un verdadero anacronismo la permanencia de esta dictadura unipersonal. Este déspota no solamente es responsable de haber puesto en gravísimo peligro la paz mundial, sino que ostenta el lamentable privilegio de ser el único gobernante que empleó armas químicas contra sus propias gentes, en este caso las poblaciones kurdas. Si se considera, además, el terrible desequilibrio ecológico que intencionalmente provocó durante los acontecimientos del Golfo Pérsico, derramando y quemando petróleo en un intento de detener la fuerza multinacional que lo combatía, estamos ante unos de los regímenes más injustos del globo, tanto o más peligroso para la paz ahora como cuando, haciendo alarde de una brutalidad rayana en la animalidad más absoluta, provocaba al no combatiente Israel, pensando torpemente que tal vez así podría quebrar la alianza que se había formado para defender los principios de la convivencia civilizada que para él no demostraron valer absolutamente nada. Y llama la atención que los llamados países industrializados, supuestos baluartes de la civilización que lo armaron hasta convertirlo en la potencia militar que pudo crear esa guerra, no parezcan interesados en acabar de una vez por todas con este megalómano reaccionario que, a las puertas de siglo XXI, habla de "guerras santas " y de "traidores" mientras sumerge a su pueblo alegremente en la Edad Media. Es triste pero cierto que, así como el sello de esta y toda dictadura es la brutalidad, el sello de Occidente es la ingenuidad. Esto lo comprendió muy bien el último imperio de la historia, la Unión Soviética, cuando aplastaba a Hungría y a Checoslovaquia ante la indulgente mirada del mundo libre, y así pareció interpretarlo Saddam, desde el momento en que sus tanques irrumpieron en Kuwait para dar comienzo a "la gran madre de todas las batallas" como cínicamente denomina el irracional a la muerte y destrucción producto de su locura.
Saddam quiso librar una guerra contra el mundo. La perdió. De la misma manera, pronto perderá otra guerra, la que sostiene desde hace trece años contra su propio país, contra su propio pueblo. Su caída podrá ser más o menos violenta, estará más o menos cercana en el tiempo, pero es inevitable. Tan inevitable como lo era el fracaso de su aventura en Kuwait. Como tirano, no tendrá escrúpulos en recurrir a los crímenes de más lesa humanidad por mantenerse en el poder, pero sólo es cuestión de que su pueblo se ponga a la altura de las circunstancias. Rosas no era gobernante por gozar del favor de nadie, sino porque no se lo sabía combatir, había sugerido nuestro Alberdi. Indudablemente, es lo miso que pasa en Irak.

No hay comentarios:

Publicar un comentario