sábado, 10 de abril de 2010

La guerra del Golfo Pérsico: Acción ideológica y propaganda

Buenos Aires, enero de 1992

Un año después de la guerra del Golfo Pérsico, la irracionalidad y el fanatismo penden todavía como la espada de Damocles. En el pueblo kuwaití, lamentablemente, hay un gran resentimiento. Cerca de 200 personas, en su mayoría niños, murieron y otras 1.000 resultaron heridas por el estallido de minas y proyectiles iraquíes que quedaron abandonados al terminar la contienda. 2.000 de sus compatriotas siguen retenidos en Irak y a no ser por las cintas amarillas que se colocaron en lugares públicos del emirato, nadie parece preocuparse por ellos. Los eternos campeones de los derechos humanos aún no hicieron oir su voz por esto, pero lo harán sin duda ante la "injerencia del imperialismo" si Estados Unidos intenta impedir que Saddam Hussein se rearme este año, por ejemplo.
Si bien el resultado de una guerra se decide por la superioridad militar, hay un aspecto al que se le debe prestar mucha atención: la acción ideológica, la acción de persuasión por medio de la propaganda. A veces, los medios de comunicación están en manos de gente que intenta imponer su punto de vista a la sociedad y tienden a manipular la información de acuerdo a sus intereses políticos. Más que informar, intentan persuadir. Lo hicieron durante la guerra de Vietnam al pregonar incesantemente el retiro de las tropas norteamericanas de ese país -hecho que, en última instancia, terminó favoreciendo al enemigo- y lo están haciendo ahora soslayando olímpicamente el problema de los kuwaitíes prisioneros en Irak. ¿Cuándo fue la última vez que se vio un informe más o menos detallado por televisión? ¿Hay intereses políticos de por medio y es por eso que los medios evitan rigurosamente hablar del tema?
Un análisis del aspecto ideólogico de la guerra del Golfo arroja un saldo positivo. Las encuestas realizadas en los Estados Unidos demuestran que la mayoría de la población apoyó la lucha contra el tirano de Irak. Hubo manifestaciones en disenso, pero fueron escasas y aisladas. En la Argentina, si bien la opinión pública se manifestó en contra del envío de los buques de guerra a la zona del conflicto, el sentimiento en general fue de simpatía por el bando aliado. A no ser, claro, por los intelectuales progresistas de café que se reunían frente al edificio del Congreso Nacional a gritar "viva Saddam," representando seguramente el episodio apocalíptico de adorar a la bestia.
Justamente, desde este sector se pretendía que los que estaban enfrentados eran el "mundo occidental" y el "mundo árabe" cuando lo cierto es que la única diferenciación legítima era la civilización y la barbarie, que lejos de buscar someter a pueblo árabe alguno, lo que se perseguía era liberar un pequeño estado tomado totalmente por sorpresa e imposibilitado de defenderse, que el único y verdadero "Gran Satán" no era otro que Saddam Hussein y que "su propio pueblo encontrará un socio en los Estados Unidos dispuesto a buscar la derogación de las sanciones y la ayuda para restaurar a Irak a su legítimo lugar en la familia de las naciones," como dijo el vocero de la Casa Blanca, Marlin Fitzwater, en referencia al conjunto de sanciones económicas que el año pasado causaron la muerte de 80.000 niños por falta de medicina y alimentos. Aquí habrá intereses políticos que tenderán a fijar la atención sobre este hecho tomándolo en forma aislada, circunstancial, recortándolo artificialmente de su contexto. ¿Quién no va a sentir un inmenso dolor ante esta realidad tan cruel? Pero esos intereses son los mismos que se cuidarán muy bien de aclarar que este tipo de medidas nunca se aplican contra un país que tenga un gobierno distinto del salvajismo, de la demencia que hoy rige en Bagdad.
Está bien claro: no fueron las sanciones económicas las que mataron a los niños. Fue Saddam Hussein.
Una guerra no es un hecho más que se desarrolla en algún remoto frente de batalla mientras la población continúa efectuando su "vida normal." Se produce, en cambio, una alteración en todos los órdenes. Y la acción ideológica, tan afectada por el "bombardeo de ciudades indefensas" como se expresa en los medios, se muestra indiferente ante otras cuestiones que vienen igualmente al caso. Por ejemplo, cómo fue que Saddam llegó al poder, cuándo se piensa ir, cada cuánto se realizan elecciones libres, cuántos diarios opositores se publican, qué pasa con los derechos expresión, de propiedad, de asociación, de peticion a las autoridades y otros derechos y garantías que nacen del principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno, como dirían nuestros constituyentes, por la simple razón de que sería disfuncional a su interés: rodear al dictador de una aureóla mística, haciendo de él un Gran Hermano intocable e incuestionable.
Realmente es una pena, porque sería interesante que se nos explique satisfactoriamente todas estas cuestiones; y porque si hay alguien a quien hay que "tocar," es al tirano de Medio Oriente.
Mención aparte merecen las declaraciones de un tal Morrow publicadas por Time, acreedoras de un lugar de privilegio en la antología del delirio y la desubicación: "Con el derrumbe del comunismo en la Unión Soviética y en los países del este Europeo, el sentimiento de vulnerabilidad se profundizó. Los árabes se encontraron de pronto sin aliados estratégicos para enfrentar el poder israelí y, por extensión, el de los Estados Unidos. La respuesta de Saddam -poniéndose de pie frente al único super poder mundial- logró tañir la cuerda más sensible de la psiquis árabe."
Con el derrumbe del comunismo y del estado artificial creado por éste, la Unión Soviética, el único sentimiento que cabe profundizar es el de la alegría y la celebración comparables al carnaval de Río de Janeiro en sus mejores ediciones. No entendemos quién puede sentirse vulnerable por esta bendición. ¿Fidel Castro, tal vez? Tampoco percibimos ese designio de los astros, tan espléndidamente captado por Morrow, según el cual los árabes tendrían la obligación de enfrentar el poder israelí y, "por extensión," el de los Estados Unidos, que aparentemente integran una relación simbiótica. Los árabes no quieren enfrentarse con los israelíes. Los israelíes no quieren enfrentarse con los árabes. Vivir en paz es un derecho de todos y todos queremos vivir en paz. Es el anhelo de todo hombre decente y de corazón bien puesto, como diría nuestro Echeverría. Cuando eventualmente se ataca a un Irak, no se ataca su historia, su tradición, su legado al mundo, su cultura, sino el hecho circunstancial de su dictadura. Proclámese a los cuatro vientos: No es Arabia contra Israel. No es Oriente contra Occidente. No es el Norte contra el Sur. Es la libertad contra la esclavitud, la civilización contra la barbarie, la razón contra la demencia y el delirio. Hay poderes buenos y malos. La ley y el derecho son un poder bueno. La religión es un poder bueno. El fanatismo seudorreligioso de las "guerras santas" es un poder malo. Insinuar que la Unión Soviética podía ser un aliado de alguien es, lisa y llanamente, poner a ese alguien codo a codo con los únicos "aliados estratégicos" que el imperio comunista supo conseguir: los terroristas montoneros, erpistas, sandinistas y demás idiotas útiles que robaban, secuestraban, torturaban y asesinaban con el fin de hacer del mundo una cuadriga de esclavos. Fanáticos empalagados de odio como éstos son los únicos a los que un Saddam Hussein puede llegar a tañirles alguna cuerda.

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