miércoles, 21 de abril de 2010

La política de Robin Hood en tiempos de Internet

Robin Hood, el famoso bandido de las leyendas inglesas, robaba a los ricos para darle a los pobres dentro del marco de la realidad económica de su época. En el siglo XII, la riqueza consistía fundamentalmente en la posesión de monedas de oro y de plata que, escasas y raras, estaban guardadas en los castillos de los señores feudales. La población estaba integrada mayoritariamente por vasallos que vivián en condiciones miserables y que perecían por centenares a causa de cualquier mala cosecha. Aquella era una economía agrícola, primitiva y estática en que la riqueza aumentaba prácticamente muy poco año a año, permaneciendo siempre o casi siempre en las mismas manos.
Hoy, el concepto de riqueza no se asocia precisamente a monedas de oro guardadas en castillos sino más bien a fluctuantes cifras que dan la vuelta al mundo en una millonésima de segundo por Internet. La riqueza, a lo largo de los siglos, dejó de ser estática y se hizo dinámica y creciente y pasó a convertirse en capacidad de producir bienes y servicios en las formas desarrolladas y complejas del mercado. Es un concepto que ha cambiado tan drásticamente, que nadie de la época de Robin Hood podría entenderlo con las nociones de su tiempo.
El primero que observó esto fue un compatriota de Robin Hood, Adam Smith, que a fines del siglo XVIII dijo que la riqueza de una nación es el volumen de bienes y servicios que produce anualmente con su trabajo.
El mundo de hoy se parece muy poco al del siglo XII y la riqueza ya no está en manos de unos pocos señores feudales. Por lo tanto, la solución a los problemas sociales no es, como en los lejanos días del legendario bandolero, quitarle algo a los que tienen para dárselo a los que no tienen. A pesar de las ideologías marxistas que buscan incentivar la envidia y el odio de clases en la sociedad. La solución, por el contrario, consiste en lograr que con el trabajo, la productividad y la cooperación de todos, se produzca cada día el mayor número posible de bienes y servicios que aumenten el bienestar general.
Esta es la diferencia entre el socialismo colectivista y el sistema capitalista de libre mercado. Mientras que las doctrinas colectivistas de distribución de la riqueza proponen, al menos en teoría, arrebatarle la riqueza a sus legítimos dueños por la fuerza para repartirla entre todos por partes iguales, el capitalismo hace una cosa mucho más inteligente: produce, en progresión geométrica, nuevas riquezas, sin quitarle nada a nadie, sin exacerbar el resentimiento ni la envidia de nadie, estimulando a cada individuo que produzca libremente lo que quiera permitiendo así el desarrollo de su potencial creativo y beneficiando, en mayor o menor proporción, a toda la comunidad como resultado de la mayor abundancia. Aunque subsista la desigualdad, hasta el más rezagado tendrá infinitamente más de lo que tendría bajo un sistema de reparto colectivista. Nadie hace tres horas de cola para recibir una rebanada de pan del gobierno.
Además, en el sistema capitalista, la creación de riquezas es literalmente incesante, mientras que en el colectivismo, en cuanto se acaba lo que hay para distribuir, no queda más que escasez y miseria que repartir por todas partes ya que el sistema extingue todos los incentivos que alientan al hombre a trabajar y a producir. La única que se beneficia en última instancia es la burocracia: justo lo que interesa a quienes detentan el poder.
No se trata de que los que tienen más no deban contribuir más, puesto que cada quien debe contribuir al gasto público y al bienestar social de acuerdo a su nivel económico. Lo que resulta inadmisible es que haya sectores políticos que sigan planteando el problema de la pobreza en términos medievales y lleguen a creer que la manera de mejorar el nivel de vida de los menos favorecidos es quitarle parte de su riqueza a los más favorecidos. Esa visíón es totalmente contraria a la realidad del mundo de hoy. El verdadero desafío para nosotros es hallar, por medio de la educación, de la preparación para el trabajo y el estímulo a la actividad creadora, la manera de distribuir entre todas las clases sociales por igual la capacidad de producir riqueza.
El bien que Robin Hood hacía a los pobres era forzosamente limitado y transitorio. En cambio, la incorporación de todos los sectores sociales a una economía de mercado, a una economía productiva sin excepción, constituye un progreso real y permanente que beneficia a todos.

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