lunes, 3 de enero de 2011

Vientos de sabiduría

Después del 11 de setiembre de 2001, ha habido un gran debate sobre el origen del odio del mundo árabe hacia Occidente. Pero lo sorprendente es la manera en que ese odio árabe concuerda con el odio histórico de la izquierda hacia el capitalismo. Los fundamentalistas islámicos y la gente de izquierda odian las mismas cosas, utilizan la misma terminología y llevan adelante las mismas protestas. Esto es, en gran parte, porque, a sus ojos, dos pueblos, los Estados Unidos e Israel, han emergido como los dos grandes ejemplos del éxito inmerecido. Desde su punto de vista, tanto los norteamericanos como los israelíes son los diablos materialistas enloquecidos por el dinero, los destructores de la moral, corruptores de la cultura y propagadores de valores idolátricos. Estos dos países practican el capitalismo salvaje, manipulan a su antojo naciones más pobres y explotan a sus vecinos más débiles en su insaciable voracidad por más y más. Es su insensibilidad a las cosas sagradas de la vida, su energía febril, su indiferencia a todo lo que no sea ganancia material, y su hueco propósito de poder y de dominación lo que les permite realizar su imperio de poder, de explotación y de injusticia. Para sintetizar esto, nada mejor que las declaraciones del historiador británico Arnold Toynbee: “Los Estados Unidos e Israel deben ser hoy los dos estados soberanos más peligrosos de los 125 entre los cuales la superficie de este planeta se encuentra actualmente repartida.” Toynbee dijo eso en 1968. Considerando que en la actualidad existen 200 estados soberanos, habría que preguntarle qué lugar ocuparía en ese ranking la diferencia de 75.
Y los frentes de batalla se van formando. El conflicto de Palestina, que básicamente es una disputa local sobre posesión de tierras, ha sido transformado en una verdadera confrontación cultural e ideológica de alcance universal en la que islámicos e izquierdistas enfocan sus más diversos odios y resentimientos.
Los fundamentalistas islámicos y la gente de izquierda comparten así el mismo pesimismo. Es un pesimismo que cae en varias categorías.
En primer lugar, la tradicional visión negativa de izquierda según la cual la empresa privada ha pervertido el alma humana. Luego, el fanatismo religioso. Finalmente, en otra categoría fuertemente vinculada con la anterior, el terrorismo: hombres fanatizados por el odio. En todos los casos, hay una crítica visión del modo de vida occidental.
La ensayista norteamericana Catherine Jurca, autora de "La Diáspora Blanca: Los Suburbios Y La Novela Americana Del Siglo Veinte" escribió: "Como un cuerpo de trabajo, la novela suburbana afirma que una familia infeliz es muy similar a la siguiente, y que no hay tal cosa como una familia feliz.” Es el mismo “mensaje” de films como “American Beauty” y de series de TV como “Desperate Housewives,” sólo por nombrar unos ejemplos de lo que sería el retardo moral de las clases medias emprendedoras y el vacío moral, cultural e intelectual de la vida suburbana: un análisis también muy pesimista.
Pero los eventos del 11 de setiembre ponen en tela de juicio el por qué de tanto pesimismo. En rigor de verdad, los bomberos de Nueva York y los pasajeros del Vuelo 93 de United se comportaron como héroes a pesar de que seguramente ninguno de ellos era faquir o asceta sino que lo más probable es que vivían en hogares burgueses, miraban televisión, usaban teléfono celular, compraban en Walmart y en Home Depot, tomaban café en Starbucks y hasta ocasionalmente hojearían la revista Playboy. Más aún, el 11 de setiembre causó que todo un país se uniera de manera incólume detrás de su líder natural, el presidente Bush, incluso aquellos que se opusieron ferozmente a su elección. Y no es nada fácil explicar, en el caso de los Estados Unidos, cómo una nación tan corrupta hasta los huesos ha logrado permanecer tan exitosa por tanto tiempo. Si son tan podridos, ¿cómo pueden ser tan grandes? De hecho, desde el momento mismo en que ganaron la Segunda Guerra Mundial en 1945, este país ha sido el líder indiscutido del mundo.
La explicación de la izquierda es que los yankis triunfan, precisamente, porque son enanos espirituales. Estados Unidos es el país del insensible capitalismo, del insaciable materialismo y del insondable vacío espiritual. José Enrique Rodó, autor de “Ariel,” escribió en esa obra: “La vida norteamericana describe efectivamente ese círculo vicioso que Pascal señalaba en la anhelante persecución del bienestar, cuando él no tiene su fin fuera de sí mismo. Su prosperidad es tan grande como su imposibilidad de satisfacer a una mediana concepción del destino humano. Obra titánica, por la enorme tensión de voluntad que representa y por sus triunfos inauditos en todas las esferas del engrandecimiento material, es indudable que aquella civilización produce en su conjunto una singular impresión de insuficiencia y de vacío. Y es que si, con el derecho que da la historia de treinta siglos de evolución presididos por la dignidad del espíritu clásico y del espíritu cristiano, se pregunta cuál es en ella el principio dirigente, cuál su ‘substratum’ ideal, cuál el propósito ulterior a la inmediata preocupación de los intereses positivos que estremecen aquella masa formidable, sólo se encontrará, como fórmula del ideal definitivo, la misma absoluta preocupación del triunfo material. Huérfano de tradiciones muy hondas que le orienten, ese pueblo no ha sabido sustituir la idealidad inspiradora del pasado con una alta y desinteresada concepción del porvenir. Vive para la realidad inmediata, del presente, y por ello subordina toda su actividad al egoísmo del bienestar personal y colectivo.”
Puede ser, pero veamos lo que dijo el presidente George Washington en su discurso inaugural el 30 de abril de 1789: “Sería particularmente inadecuado omitir en este primer acto oficial mis ruegos fervorosos a ese Ser Todopoderoso que reina sobre el universo, que preside en los consejos de las naciones y cuyas ayudas providenciales pueden suministrar todos los defectos humanos, que Su bendición pueda consagrar a las libertades y a la felicidad del pueblo de los Estados Unidos un gobierno instituido por sí mismos para estos esenciales propósitos y que pueda permitir a todos los instrumentos empleados en su administración ejecutar con éxito las funciones asignadas a su cargo. En rendir este homenaje al Gran Autor de todos los bienes públicos y privados, me aseguro que expreso vuestros sentimientos no menos que los míos, no menos que los de mis conciudadanos. Ningún pueblo puede estar más seguro de agradecer y adorar la Mano Invisible que conduce los asuntos de los hombres que el pueblo de los Estados Unidos.”
Este país fue fundado por granjeros cristianos. Llevaban la religión y la ética del trabajo en la sangre, al igual que los tradicionales valores de familia. Luego, sería lógico concluir que esos fueron los verdaderos valores que lo formaron y engrandecieron.
Marx dijo hace un siglo y medio: “Un fantasma recorre el mundo,” refiriéndose al comunismo. Teóricamente, desde entonces, Occidente ha estado a punto de caer. Jamás lo ha hecho. Desde hace un siglo y medio, Occidente se encuentra sometido a una verdadera auditoría de movimientos sociales que, de tanto en tanto, surgen como una luz roja de amonestación a su sistema de vida. Desde hace un siglo y medio, Occidente, impertérrito, ve pasar uno tras otro todos los vientos de sabiduría que así van y vienen. El nuevo movimiento de impugnación –el comunismo, el existencialismo, los beatniks, los hippies, la teología de la liberación, el sandinismo, la New Age- emerge, es abrazado como artículo de fe, es romantizado e idealizado, pregonado como el camino del futuro, pero entonces colapsa y, como en una obstinada seguidilla, sus desilusionados adherentes salen en busca de su nuevo viento de sabiduría en su eternamente decepcionante viaje a través de los más diversos experimentos sociales.
Desde hace un siglo y medio, los jóvenes, los estudiantes, los artistas, los intelectuales, las minorías oprimidas, obrando juntos o por separado, iban a librar una guerra santa contra los suburbios ya que éstos representan la burguesía y el capitalismo que tanto querían combatir, pero al final nunca lo hicieron. Más bien, se mudaron a los suburbios y encontraron felicidad allí.
Por otra parte, el 11 de setiembre ha causado sin duda que cada vez más gente llegue a la conclusión de que Occidente tiene toda la razón y todo el derecho del mundo a ser como es, a vivir a su manera. Después de mucho tiempo, tal vez finalmente llegó el momento de saber que el modo de vida de Occidente no es tan sólo el éxito, sino también la formación del carácter; y de reconocer las virtudes que explican el éxito: una cierta capacidad para ver claramente los problemas cualesquiera que éstos sean, para reaccionar a los contratiempos con energía, para llevar a cabo las tareas, para emplear la fuerza sin caer en la barbarie. La vida occidental moviliza a la iniciativa individual. Esto se ve, como regla general, en todos los países que lo conforman, pero muy especialmente, en los vibrantes, brillantes pueblos de Estados Unidos e Israel.
Jean Baudrillard escribió sobre Estados Unidos. “Nosotros (los europeos) filosofamos sobre un montón de cosas, pero es acá donde cobran forma. Es el modo de vida estadounidense, que juzgamos ingenuo o desprovisto de cultura, el que nos da el cuadro completo del objeto de nuestros valores.”
Porque la ironía es que a pesar de todo su desprecio, los fundamentalistas árabes no pueden ignorar a Occidente, no pueden ignorarnos. Mucho menos –y como una ironía más grande aún- la gente de izquierda, por la simple razón de que viven acá, en Occidente. Mucha gente en muchas partes del mundo tiene una relación de amor y odio con los Estados Unidos. Eso se debe a que, muy en el fondo, saben que este país tiene una energía y una vitalidad que, por ejemplo, los países de Europa alguna vez tuvieron, pero que ahora, en la comodidad de sus estados benefactores socialistas, no tienen más. Europa se está convirtiendo literalmente en el viejo continente: todos sus países tienen tasas de natalidad negativa. Estados Unidos, por su parte, tiene en estos momentos la tasa de natalidad más alta de todos los países industrializados. Y un trabajador americano labora un promedio de 350 horas más por año que un europeo. Estos son cuadros que, sin duda, despiertan envidia.
Quizás, entonces, es en ese desprecio, en ese odio, en esa envidia, donde mejor puedan discernirse las fuerzas. Las verdaderas fuerzas que, como decía Baudrillard, son las que dan el cuadro completo del objeto de los valores. Porque si el conflicto surge, será mejor que seamos capaces de articular, ante nosotros mismos y ante el mundo, quiénes somos, qué es Occidente, por qué despertamos esas pasiones y por qué tenemos absoluto derecho a que prevalezca nuestro estilo de vida.

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