lunes, 3 de enero de 2011

Todo lo que usted siempre quiso saber sobre la izquierda y nunca se atrevió a preguntar

En la formación política de esta gente, además de complejos y resentimientos sociales de todo tipo, han intervenido los más variados ingredientes. En primer lugar, la perorata marxista de sus compañeros universitarios. En efecto, en sus tiempos de estudiante, le taladraron tanto el tímpano con la revolución, el imperialismo y la lucha de clases, que nuestro pobre amigo quedó como la víctima de la tortura china del odre perforado. Dicho de otra manera, le lavaron el cerebro.
Sus lecturas políticas, obviamente, fueron otro factor. En los anaqueles de su biblioteca no podían faltar, al mismo tiempo que fluyen alegremente por el caudal de sus torrente ideológico, Augusto César Sandino, Víctor Raúl Haya de la Torre, Víctor Jara, Emiliano Zapata, Leopoldo Marechal, Arturo Jauretche, José Enrique Rodó, José Carlos Mariátegui, Eduardo Galeano, Juan Domingo Perón, Salvador Allende, Pablo Neruda, Fidel Castro y el Che Guevara; y más recientemente, Saddam Hussein. Todo lo mencionado servido en una bullente cazuela retórica de la cual obtiene esa rara mezcla de tesis tercermundistas, ribetes de nacionalismo, demagogia populista y odio anti-yanki que lo caracteriza.
En el mundo político intelectual latinoamericano, la gente de izquierda proviene mayoritariamente de modestas clases medias, de alguna manera venidas a menos. Tal vez hubo un abuelo próspero que se arruinó, una madre que enviudó temprano, un padre profesional o comerciante acorralado por dificultades económicas y añorando en voz alta mejores tiempos de la familia. El medio de donde provienen está casi siempre marcado por fracturas sociales, propias de un mundo industrial desvanecido y mal asentado sobre las nuevas realidades tecnológicas urbanas.
Hay diez probabilidades contra una que su casa haya sido una de esas viejas casas húmedas y oscuras de los barrios no precisamente más favorecidos de la ciudad, de techos altos, con patios y macetones, el infaltable zaguán y bombillas eléctricas colgando sin plafón en cuartos y corredores. Debieron ser compañeros de su infancia, las bicicletas, los partidos de fútbol en la calle, la televisión en blanco y negro, los apuros de fin de mes, algún auto económico comprado con esfuerzo por la familia, los veraneos siempre cerca y las tías y las abuelas abnegadas por los quehaceres domésticos.
Desde esta franja social (que, como vemos, no se caracteriza precisamente por su amplitud), el entonces joven (o viejo) de izquierda observaba, siempre arrogantes, a los ricos con sus autos cupé, sus casas más grandes con jardín y pileta de natación, sus reuniones en sociedad, sus paseos en yate con los amigos, sus fiestas exclusivas, sus viajes a Estados Unidos y a Europa; y de verde que se ponía de envidia, parecía el sapo Pepe.
Y esa es toda la historia. De eso se trata el pensamiento de izquierda: la envidia y el resentimiento justificados por argumentos dialécticos.
El hombre de izquierda siente una particular fascinación por una palabra bien definida: social. Habla de función social, justicia, social, conciencia social, progreso social, plataforma social, corriente social, reivindicación social, política social, impulso social y contenido social. Lamentablemente, no consigue llegar a ver que su desvelo social tiene un costo: el incesante aumento de tarifas e impuestos para pagar los gastos de las empresas públicas deficitarias que categóricamente se niega a privatizar.
Y en apoyo de esta posición estatista, contará con todos los miembros del variado abanico de izquierda compuesto por comunistas, trotskistas, maoístas, sandinistas, senderistas, zapatistas, indigenistas, folkloristas, docentes universitarios, antropólogos, sindicalistas, resentidos sociales, diputados nacionales, cantantes de protesta, directores de documentales y charlatanes de café de la calle Corrientes. Todos ellos se pondrán a favor de los monopolios públicos y pondrán el grito en el cielo ante la sola mención de la palabra “privatizar.”
Pero el hombre (o mujer) de izquierda cuenta además con un muy simple recurso que le garantiza su posición en ese plano de superioridad moral y progresismo social que tanto le interesa mantener como imagen. En realidad, es lo más fácil que hay para un ser humano: hacer excusas. Para mostrarse al mundo como progresista revolucionario imbuido de sensibilidad social, todo lo que hay que hacer es dar la excusa que mejor venga al caso. ¿Las Torres Gemelas no existen más porque un tal Bin Laden las tiró abajo? Está bien, porque Estados Unidos hambrea al mundo. ¿Le robaron el auto a alguien? Está bien, porque en América Latina hay muchas diferencias de clases sociales. ¿Un imbécil rompió el vidrio de una ventana de un piedrazo? Está bien, porque seguro que era un chico reprimido y alienado por la sociedad de consumo. ¿Hay presos políticos en Cuba? Está bien, porque son gusanos incapaces de comprender un proceso revolucionario. Eso es ser de izquierda. Una runfla interminable de excusas, excusas, excusas, excusas, excusas, excusas para todo. ¿Qué mérito puede haber en eso? ¿Qué puede ser más fácil?
El zurdo (no hay ninguna intención peyorativa en esto; elijo el término sólo por lo coloquial) está convencido de que el mercado es sinónimo de corrupción, que le corresponde al estado corregir los desequilibrios en la distribución del ingreso y que la manera de incentivar la economía y el mercado interno es proceder sin reatos a la emisión monetaria. Su Biblia la escribió Keynes.
De la misma manera, cree que para resolver los endémicos problemas de pobreza, caos administrativo, violencia urbana y narcotráfico, lo que se necesita es una gran reforma constitucional. O una nueva constitución que incorpore esos kilométricos tratados que hay ahora, como el de San José de Costa Rica, que consagre al fin todos los derechos habidos y por haber: el derecho a la vida, a la educación pública y gratuita, a la vivienda digna, al trabajo bien remunerado, a la paz, al amor, a la intimidad, a la inocencia, a la vejez tranquila, a la suerte, al éxito, a la felicidad, a la salvación y a la dicha eterna. Cuatrocientos o quinientos artículos abigarrados en una nueva constitución que parezca una guía telefónica y nos ponga en ridículo ante el mundo y el país quedará como nuevo. Y todos seremos muy progresistas.
Otro punto muy importante es el apego a lo folklórico, autóctono o telúrico. Ciertamente, es la oportunidad de demostrar el más enérgico repudio al rock y otras expresiones musicales igualmente decadentes y extranjerizantes (Madonna, las Spice Girls, etc.) y las intenciones imperialistas subyacentes.
La izquierda tiende a ser nihilista. Socava los valores estructurales en los que la sociedad se ancla a fin de lograr un mínimo de estabilidad y orden. Más aún, contradice las tradicionales nociones del bien y del mal atribuyendo gran parte de la conducta criminal y antisocial al determinismo económico. Tergiversa y distorsiona verdades que siempre fueron aceptadas como tales por el simple hecho de que lo son. Ataca puntos fijos, puntos constantes de toda clase para reemplazarlos por su propio y arbitrario código de reglas y regulaciones con el fin de acrecentar su poder político.
Y sin olvidar, por supuesto, las teorías conspirativas a las que son tan afectos. Para ellos, todo es una conspiración. Literalmente. El ataque a Pearl Harbor fue una conspiración entre el generalato japonés y el presidente Roosevelt. El asesinato de Kennedy fue una conspiración entre Oswald y la CIA. El viaje a la luna fue una conspiración entre un par de pésimos actores y las cadenas de TV. Hasta las historietas de Walt Disney son una conspiración, como traté en mi entrada “Un caso patológico.” (Octubre de 2010).
Es muy simple: Radio Izquierda no transmite en AM ni en FM sino en FP (Frecuencia Paranoica) y justifica así la muy humana tendencia de endilgarle a un tercero las culpas por las propias fallas: las políticas estatistas, intervencionistas y de emisión monetaria que cierran el camino hacia la modernidad y el desarrollo. Radio Liberal, en cambio, sigue pregonando el estado limitado y la economía de mercado como los mejores sistemas políticos y económicos conocidos hasta ahora por el hombre.
Dentro de la amplia gama de izquierda, esta gente se mueve, pues, en un marco social, económico y político en el que cada arista acude en apoyo de la otra para asegurar la vigencia de las más desastrosas políticas.

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