jueves, 16 de diciembre de 2010

El imperio de la ley

Una sociedad avanzada es aquella en la cual los individuos pueden realizar sus propios proyectos de vida, desplegando libremente su potencial y su creatividad a tal fin, y enriqueciendo, además, al conjunto en su totalidad. Una consecuencia de esta libertad es el progreso económico. No es casual que las sociedades liberales sean las más prosperas de la Tierra. De hecho, el surgimiento de la democracia liberal dio lugar a la trayectoria acelerada por la cual la humanidad logró su máximo bienestar en cuanto a libertades civiles, expectativas de vida y disponibilidad y abundancia de tecnologías y recursos.
Al sistema económico que produjo el mejor momento de la historia de la humanidad lo llamamos capitalismo. Pero el capitalismo no es causa última de este progreso. En realidad, para que el capitalismo sea posible lo realmente necesario es lo que en la tradición anglosajona se conoce como Rule of Law, que no es otra cosa que el imperio de la ley. Los órdenes sociales basados en este imperio de la ley aseguran que cada individuo por igual esté sujeto a un sistema jurídico preexistente y, además, que no haya ningún ciudadano por encima de estas leyes. La maravillosa amalgama de proyectos de vida realizables en las naciones con órdenes sociales basados en este concepto es lo que explica el progreso económico, la paz y el bienestar para todos.
La República Argentina, basándose en la constitución de Alberdi, adoptó para sí un sistema basado en el Rule of Law anglosajón que con cuidadosa paciencia fue perfeccionando, por ejemplo, a partir de la ley de voto universal de Sáenz Peña. Esta ley amplió muy favorablemente el horizonte cívico de los ciudadanos y les dio una participación muy activa en la vida política del país.
Como toda sociedad abierta, la República Argentina mantuvo un orden social perfectible. Tal sistema dio lugar a 70 años de progreso continuo, cuando la nación, por su prosperidad, atraía a millones de inmigrantes de los más diversos orígenes.
La sociedad liberal del primer centenario albergaba en su seno a conservadores, liberales, radicales y socialistas que contribuían a ella con poderes limitados por el imperio de la ley. Hacia 1930 los argentinos decidieron abandonar los fundamentos mismos de la sociedad que los había enriquecido, educado y proyectado al mundo con una identidad singular y respetable. El nacionalismo fascista de Uriburu fue el verdugo supremo de esa sociedad. En esa tragedia original, codo a codo con Uriburu, participó Juan Domingo Perón. Su consecuencia inevitable fue la gradual declinación económica de la nación con una sociedad políticamente militarizada y entregada al populismo nacionalista. Entonces, si la tarea es reconstruir un proyecto de desarrollo por el cual la Argentina vuelva a ser un país próspero, lo importante es restaurar el orden político que una vez la hizo grande. Sólo se trata de volver a defender un orden social basado en el imperio de la ley.
Autoridad, no autoritarismo, como concepto en el cual establecer una estructura de ley y orden en la que cada uno sea libre de vivir a su gusto. Capitalizar los aciertos de cada gobierno y llevarlos adelante en el siguiente, no rechazarlos porque no respondan a los intereses políticos del momento. Un gobierno sensato, racional, que tenga bien en claro que su función es representar a los ciudadanos al servicio de los intereses de éstos y, como punto especialmente importante, por tiempo limitado: los famosos "four years" de la constitución estadounidense que sirvieron de inspiración a todas las constituciones del mundo, incluso la argentina. Perón decía que el hombre es bueno pero si se lo vigila es mejor. ¿Y a Perón quién lo vigila? ¿La Revolución Libertadora?

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