miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cómo funciona realmente la economía

La economía se mueve en base a ciertos parámetros que son tan antiguos como la economía misma, que son incluso anteriores al estado y que no dependen del mismo, aunque éste pretenda que sí.
En la economía hay ganadores y perdedores -es importante que esto se entienda- pero cuando se produce un desfasaje no hay que entronizar al estado como salvador del pueblo e inquisidor de los hambreadores del pueblo: hay que esperar a que el mercado presente su alternativa igual que un giroscopio que siempre vuelve a la posición de equilibrio por mucho que lo empujemos en un sentido o en otro. No hay nación sobre la faz de la Tierra que no pueda prosperar y crecer si sabe usar inteligentemente sus ventajas comparativas y competitivas.
Después de Estados Unidos y Canadá, las Islas Bahamas acreditan el ingreso por habitante más alto de todo el hemisferio occidental porque la alternativa del mercado pasa por el turismo y, consecuentemente, ese país recibe cada año varios millones de visitantes. Nueva Zelanda, en las antípodas del planeta y de los husos horarios, tiene un nivel de vida similar al de cualquier país europeo porque el sector servicios representa casi el 70 por ciento de su PBI y sus principales industrias de exportación son la agricultura, la horticultura y la pesca. Sin olvidar, por supuesto, también el turismo y sus innumerables opciones. Pero no porque el estado haya dispuesto por decreto nada de eso, sino porque el mercado y su complejo y elaborado sistema de ofertas y demandas es sencillamente un parco sistema de señales (el único que existe) concebido para que los procesos productivos cuenten con una lógica interna capaz de guiar a quienes llevan a cabo la difícil tarea de estimar los costos, fijar los precios de ventas, obtener beneficios, ahorrar, invertir y perpetuar el ciclo productivo de manera cautelosa y trabajosamente ascendente.
Nigeria es un país dotado de inmensos recursos naturales (que no existen ni en las Bahamas ni en Nueva Zelanda). Sin embargo, se encuentra en una desastrosa situación por haber sufrido décadas de dictaduras militares. Una dictadura interviene en cada aspecto de la vida de sus habitantes, los controla, los regimenta y así, como diría Adam Smith, "se retarda, en lugar de acelerar, el progreso de la sociedad hacia una riqueza y grandeza verdadera." El mercado, no la planificación estatal, es la única justicia económica posible. La prosperidad de una nación se da por la naturaleza misma de las cosas y de la historia, no porque su gobierno la pase por decreto.
De ahí la importancia de un estado restringido a ciertos límites. De ahí la importancia de asegurar que el mercado se mueva con toda la libertad que necesita. Los límites del estado son aquellas áreas que debe cumplir según los principios del liberalismo: salud, educación, relaciones exteriores, defensa y justicia.
Hace siglos que el estado está intentando establecer controles de precios y salarios. A comienzos del siglo IV, el emperador romano Diocleciano estableció, "bajo pena capital," precios máximos para 1.300 productos. La España de Franco estaba sometida a un sistema de "precios de tasa" que no tuvo más resultado que hacer florecer el mercado negro o "estraperlo," como se lo conoció durante los treinta y nueve largos años que duró el régimen franquista. En la Unión Soviética, existió un autodenominado Comité Estatal de Precios integrado por arcangélicos funcionarios de almas blancas e impolutas como la nieve que tenían la santa misión de asignar con total precisión los precios de quince millones de artículos, desde un preservativo hasta la antena de un satélite Sputnik.
Los ensayos populistas empobrecen a los pueblos en la medida en que los empantanan en el caos financiero causado por las crecientes distorsiones de precios arbitrariamente decididos por burócratas ya que, con cada decisión, confunden cada vez más al aparato productivo hasta el punto en que el costo real de los productos tienen poca o ninguna relación con los precios que por ellos se paga. Los ensayos populistas, en definitiva, victimizan a los pueblos. La antítesis es que glorifican la demagogia y la burocracia.

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