jueves, 11 de noviembre de 2010

El nuevo orden mundial y la democracia

En 1945, el "nuevo orden" imaginado por Hitler fue vencido y, en su lugar, el mundo intentó establecer un orden basado en la ley y en la razón: la Carta de las Naciones Unidas. Fue el acontecimiento histórico más importante hasta la caída del muro de Berlín.
Sin embargo, aunque el orden legal de posguerra fue ejemplar, en la práctica hubo una tragedia: dos países, dos ideologías, dos sistemas se enfrentaron de uno y otro lado de lo que Winston Churchill llamó "cortina de hierro" en una larga y costosa rivalidad que significó un monstruoso desgaste de recursos de toda índole. La bipolaridad de la guerra fría sacrificó muchas potencialidades.
Hoy que la Unión Soviética es un recuerdo (o más bien una pesadilla), el mundo moderno enfrenta el dilema de la productividad y la democracia. Problemas de desempleo, inflación, pobreza y vivienda plantean un largo y difícil período de ajuste entre la economía de mercado y la seguridad social. Hay un mundo suspendido entre el modelo de desarrollo capitalista y la persistencia de problemas sociales que no pueden resolverse sin la acción política del estado. ¿Contradicción? El liberalismo es el primero que dice que el estado debe atender las siempre necesitadas áreas de salud y educación.
El fin del antiguo orden bipolar de la guerra fría capitalista-comunista dio paso a una estructura de poder totalmente diferente. El mundo se abrió como un abanico a un universo multipolar en el que la liberalización del comercio y la constante y permanente cooperación entre las diversas naciones justificarán plenamente el carácter global de las relaciones económicas internacionales. Esto significa que la cooperación económica internacional será un verdadero acto de mutuo interés.
El capitalismo celebra su triunfo y se propone a sí mismo como solución universal identificada con la razón misma del progreso económico y hasta con la inevitable dimensión política de la democracia. Profesa una ideología de la iniciativa privada desregulada y la abstención del estado como factor de la economía. Mas la institución estatal debe operar activamente para asegurar el cumplimiento de las elementales normas de equidad social.
Esta última ha sido, en términos generales, la política del capitalismo continental europeo a partir de la caída del comunismo soviético, en la medida en que solicita el consenso social del trabajador, promueve su participación social en la empresa y le extiende una amplia cobertura social. En cambio, el capitalismo norteamericano prioriza la movilidad y el esfuerzo por sobre el amortiguamiento del infortunio social.
En el nuevo orden desbipolarizado, multifacético y multipolar, cada país debe lograr una sociedad interna sana. Y ese es un desafío que coloca el tema social en el centro de la relación de ese país consigo mismo. De su resolución dependerá el papel que ese país pueda jugar en la escena internacional. El deber es poner en orden la propia casa.
No se trata, entonces, de crear un club privado de ricos mientras que una masa pobre y anónima queda desperdigada por el resto del planeta. No se trata, como decía Jacques Attali, de un nomadismo rico, nómades en jet, acompañados de una cultura portátil y efímera. Se trata de unir la democracia al desarrollo, y éste a la justicia social.
Sin los tres factores conjugados -democracia, desarrollo y justicia- la vida resulta más pobre, más arriesgada, más incompleta y cruel, peligrosa e insensata; pues uno o dos de estos factores, sin el tercero, representa sólo un espejismo, pronto vencido por la realidad. Estados Unidos cuenta con un establecimiento científico y humanista de primer orden, y con un sistema federal flexible e inteligente que es una de las grandes creaciones humanas; por lo tanto, está perfectamente capacitado para inspirar esos logros como líder mundial en el actual momento histórico.
La globalización se viene sucediendo en el nuevo orden mundial, y en forma cada vez más vertiginosa. En la producción de bienes, en la información, en las comunicaciones, en las finanzas, en el orden jurídico, en las decisiones políticas, el mundo está cada vez más interconectado. Se está haciendo realidad el pronóstico de Nietzsche cuando decía "el centro está en todas partes." Por lo tanto, la democracia en el nuevo orden mundial será un valor que deberá encontrar el cauce histórico de la cultura a la que pertenecen sus ciudadanos. José Ortega y Gasset decía que la cultura es una respuesta a los desafíos de la vida, y el verdadero desafío para nosotros es enriquecer la vida universal con la contribución de nuestra experiencia histórica en un verdadero orden multipolar que incluya a Japón y a China, a la India y al Islam, al Africa y a América latina, a los pueblos de Europa oriental y a América del Norte. Allí donde haya una cultura que tenga algo que decir.

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