lunes, 6 de junio de 2011

El capitalismo color de rosa

Marx vaticinó que el capitalismo caería por dos principales causas. La primera de ellas sería de índole específicamente económica. En efecto, debido a que la competencia las obligaba a aumentar sin medida su tecnología y su productividad, las empresas terminarían generando una crisis de sobreproducción que el mercado no podría absorber. Tal era la teoría según la cual el capitalismo sufriría crisis tras crisis hasta que una de ellas resultaría terminal. En 1929, la caída de Wall Street en el tristemente célebre “martes negro” y la crisis mundial que siguió a continuación parecieron avalar la profecía de Marx.
La segunda causa del fin del capitalismo ocurriría, según Marx, por razones políticas. La gran competencia llevaría a una concentración creciente del capital en un número cada vez más reducido de manos, en tanto que el resto de los empresarios, después de quebrar, se sumaría a la legión de los proletarios hasta que la diferencia numérica entre los pocos privilegiados y los muchos explotados fuera tan agobiante que el proletariado, rebelándose, confiscaría los bienes de los pocos monopolios sobrevivientes, estableciendo el comunismo. Desde la Revolución Rusa de 1917 hasta el fin de la Unión Soviética en 1991, la profecía política de Marx también pareció cumplirse.
No fue la última ocasión en que el fantasma de Marx estuvo presente. En abril de 2000, el índice Nasdaq se desplomó en caída libre arrastrando a Wall Street y al resto de las bolsas del mundo. Mientras tanto, miles de personas se manifestaban en Washington contra el FMI y el Banco Mundial, a los que acusaban por los rigores de la globalización, repitiendo el escenario de Seattle de noviembre de 1999, cuando otros miles de manifestantes impidieron una reunión de la Organización Mundial de Comercio. Las movilizaciones de Washington y de Seattle también denunciaron, como lo había hecho Marx, la inviabilidad política del capitalismo.
Nasdaq y Wall Street se recuperaron tras esa caída y la “muerte” del capitalismo volvió a postergarse. En la actualidad, ante los severos índices de desempleo que los países industrializados están sufriendo, la explicación recurrente es que el capitalismo está en crisis y que está a punto de desaparecer; pero desde los tiempos de Marx están diciendo que el capitalismo está en crisis y a punto de desaparecer. Jamás lo ha hecho. Al contrario. Hoy, el mundo es más capitalista que nunca.
Lo que está a punto de desaparecer no es el capitalismo sino una cierta visión rosada según la cual con él viviríamos en un mundo ideal.
Esa visión color de rosa del progreso económico y social que traería el capitalismo genera esperanzas cuya desmesura trae, inevitablemente, frustraciones. Sabemos que el capitalismo no es un proceso angelical de acumulación de bienestar. Hay quiebras, recesión y desempleo. En el capitalismo, como en la vida, no todo es siempre viento a favor; no todo es color de rosa.
El estado, por su parte, tiene más que suficiente con ocuparse de sus funciones esenciales e indelegables y no necesita asumir responsabilidades que lo lleven a competir con la iniciativa privada, que siempre estará mejor y más capacitada para desempeñar roles empresariales.
El capitalismo es el peor de los sistemas económicos existentes con exclusión de todos los demás. Ha traído y traerá golpes, caídas y frustraciones. Pero es el único que, además, ha traído el desarrollo. Y también como la vida misma, no es perfecto: es perfectible. Si aceptamos que este sistema no es una promesa idílica de progreso universal sino la “destrucción creativa” que describió el economista austríaco Joseph Schumpeter, veremos que lo mejor que podemos hacer es perfeccionarlo hasta que alguien haga lo que hasta ahora nadie ha hecho jamás: pensar un sistema mejor. Mientras esto no ocurra, la única alternativa real a la destrucción creativa del capitalismo es el caos.

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