jueves, 9 de junio de 2011

El subdesarrollo está en la mente

En diciembre de 2001, cuando caía el gobierno de Fernando De la Rúa y el modelo económico de la convertibilidad tocaba a su fin, la explicación zurdo-progresista fue recurrente: los países del tercer mundo constituyen un dominio del “primer mundo.” Es decir, los países desarrollados en última instancia determinan las funciones que cumplen las economías de las regiones subdesarrolladas. Hasta hay una teoría para eso: división internacional del trabajo.
Vamos por partes. Si lo que había fallado era un modelo económico, sería prudente pensar que el problema de fondo iba más allá de la economía y que había que buscarlo en el terreno político. Es en ese punto en que el pensamiento de izquierda nos da la clave para entender esto. Su explicación nos lleva a reconocer la piedra angular de la teoría de la división del trabajo: la dependencia.
¿Y en qué consiste esta dependencia? En una forma de dominación que se manifiesta por el modo de actuación de los grandes grupos económicos. En virtud de ese modo de actuación, las decisiones que afectan el movimiento de una economía dada se toman en función de la dinámica y de los intereses de los “poderosos” (Inglaterra, Estados Unidos, etc.). Así, los países subdesarrollados constituyen, en conjunto, una simple dependencia, siempre subordinados a los países ricos y desarrollados que los mandan y que rigen las funciones que han de cumplir. Dicho de otra manera, el “centro” y la “periferia.”
Es a partir de esa visión estructuralista de la historia que la izquierda intenta descifrar como se establece la dependencia entre ese centro y esa periferia, los ricos y los pobres, los dominantes y los subalternos. Una visión en la que la sociedad queda reducida a una especie de concertación mecánica de voluntades donde no cabe el azar, ni los individuos ni las pasiones; ni donde se asoma el más tímido indicio de libertad individual en la toma de decisiones. Una visión que está condicionada por esa manera mecanicista y reduccionista de entender el devenir histórico. Ahí no hay personas sino máquinas, autómatas.
Una visión que queda totalmente desvirtuada a la luz de un concepto de Max Weber. Este filósofo alemán sostenía que hay que buscar en la cultura las razones profundas que explican los males de una sociedad. Esto lo demostró muy bien Lawrence Harrison en un emblemático libro cuyo título lo dice todo. “El subdesarrollo está en la mente.” Todo está en la mente.
Ya no se puede seguir insistiendo en un rencoroso discurso setentista según el cual los ricos le imponen la pobreza a los pobres. El indiscutible éxito de los famosos tigres asiáticos lo demuestra. La tan mentada “dependencia” no parece hacer mella allí donde el ser humano elige la independencia. Hay un concepto para eso: libre albedrío.
Cuba puede alegar que se siente amenazada por un vecino grande y poderoso. Taiwan, también. ¿Hace falta hablar de la diferencia entre el nivel de vida de ambos países?
Después de Estados Unidos y Canadá, ¿cuál es el país con el mayor ingreso per cápita de todo el hemisferio occidental? ¿México? ¿Chile? ¿Brasil? ¿Argentina? No, las Islas Bahamas. ¿Por qué el ingreso de Brasil es inferior al de Bahamas? ¿Porque Dilma Rousseff está sometida a Nassau?
Es muy simple: hay sociedades que en un punto de su historia -Japón, por ejemplo, a partir de 1945- empiezan a hacer las cosas de un cierto modo que conduce al crecimiento y al desarrollo progresivo, mientras que otras sociedades se quedan atrapadas en sus propios errores.
Un modelo económico no es más que una consecuencia de una cosmovisión, de toda una visión global de la vida que busca entender e interpretar la realidad que nos toca vivir. Mientras esa visión global no cambie, las consecuencias seguirán siendo las mismas. Esto puede comprobarse en la inflación que padece la Argentina actual porque el gobierno de Cristina Kirchner está emitiendo papel moneda sin respaldo.

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