sábado, 11 de junio de 2011

La otra revolución

Mientras el mundo estuvo enfrentado en la bipolaridad ruso-estadounidense; es decir, el bloque soviético y las democracias liberales occidentales, parecía valedera la opción de creer que había dos sistemas igualmente legítimos. Uno que ponía énfasis en la libertad individual, y el otro en la igualdad.
Hoy sabemos que no es así. Los propios países que integraron la órbita comunista vieron que era inútil insistir en ese sistema, ya que las aspiraciones a la libertad no se pueden contener.
La libertad y la igualdad deben encontrar un modo de conciliar ambos aspectos. Uno de los hechos históricos que mejor ilustra este concepto es la Revolución Francesa, que al poner en primer plano la libertad, dio al mundo un valor que es eterno.
Pero ese valor no tendría el brillo necesario para perdurar a través del tiempo si no reflejara la prosperidad económica, la cual sintetiza la necesaria correspondencia entre los valores de libertad, igualdad y fraternidad. La síntesis ideal es lograr un balance entre la libertad y la prosperidad. La “otra” revolución, la que viene de la mano de la política, es la revolución económica.
Tanto los procesos políticos como los económicos responden en gran medida a las orientaciones definidas que les imponen sus propulsores. Por eso es tan importante la democracia con su sistema de equilibrios y contrapesos; porque si esos propulsores se equivocan, van a encontrar que tienen un límite para seguir avanzando en una dirección que no es la correcta. No así en dictaduras o en ciertos países subdesarrollados donde la libertad es aún un camino arduo.
Jacques Rueff, el brillante economista liberal clásico y cercano colaborador del gobierno de Charles De Gaulle, inspiró las reformas que liberalizaron la economía francesa y produjeron el gran avance que convirtieron a lo que hasta entonces había sido un país agrícola y de mercado interno en un líder en industrias de punta, logrando una infraestructura de servicios que ha proporcionado un alto nivel de vida a todos sus habitantes. Estas medidas, llevadas a cabo en un contexto de profundas libertades políticas, complementaron conceptualmente los principios esgrimidos por la revolución de 1789.
Jean Monnet, por su parte, quien pregonaba una Europa unida, no vivió para ver realizado su sueño, que no es otra cosa que la actual Unión Europea.
San Martín puntualizó: “La libertad y la civilización (podríamos decir la democracia y el desarrollo) tienen que andar juntos. Si la libertad va más rápido que el desarrollo, llegamos a la anarquía. Si el desarrollo va más rápido que la libertad, vamos a la dictadura.”
Por eso, quizás conviene conjugar acertadamente todos los aspectos que hacen a la vida humana, tanto materiales como espirituales. Es tal vez la condición necesaria para que los ideales se hagan realidad.

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