jueves, 7 de julio de 2011

"¿Dónde estás?"

El hombre es un ser cuya espiritualidad emana de Dios. La moralidad humana desciende del Divino Creador, cuyas leyes no están sujetas a enmienda, modificación o rescisión por el hombre. Si el hombre pierde esta fe, el vínculo con el Creador, ese vacío será ocupado por otra cosa.
A lo largo de la historia, el sustituto para este basamento espiritual del hombre ha sido una creencia en un dios terrenal llamado estado. El escritor ruso Alexander Solzhenitsyn escribió: “Para destruir un pueblo, primero es necesario cortar sus raíces.”
Esas raíces han sido cortadas indefectiblemente. La fe del hombre ha sido redirigida a creer en un redentor social a cuyo amparo –y en esto consiste la verdadera tragedia- se han montado burocracias monstruosas, se han erigido dictaduras delirantes, se han cometido crímenes indecibles. Hitler y Stalin son, sin duda, los ejemplos más aberrantes.
Una firme fundación religiosa es muy importante para la libertad. Thomas Jefferson decía al respecto: “Las libertades de una nación no pueden estar aseguradas cuando hemos removido su único basamento firme, una convicción en la conciencia de los pueblos de que sus libertades son el regalo de Dios.” Por su parte, Benjamin Franklin sugería a la Convención Constitucional de Filadelfia que abriera cada una de sus sesiones con una plegaria. Él pensaba que sólo el espíritu de Dios ayudaría a los delegados a llegar a un acuerdo. La importancia del contenido espiritual en las naciones occidentales es un valor que trasciende los límites de tiempo y espacio para convertirse en un valor atemporal.
En su deseo de promover su filosofía humanista secular usando el poder del gobierno, las políticas de izquierda, surgidas a la luz de un enemigo declarado de la religión, Marx, quieren alterar la herencia de Occidente y quitar la religión de su historia. Su objetivo es erradicar todo vestigio de religión de las instituciones.
La Corte Suprema de los Estados Unidos declaró en cierta ocasión que “somos un pueblo religioso cuyas instituciones presuponen la existencia de un ser supremo.” Y nadie puede negar, en la porción hispánica del continente, el importante rol que la religión ha desempeñado en la exploración de sus territorios, en la fundación de sus ciudades, en la organización social, en las gestas libertadoras llevadas a cabo por los diversos próceres.
Es hora, entonces, de restituir a nuestras sociedades el contenido religioso del que han sido vaciadas, despojadas. Es hora de volver a colocar a la religión en un sitio de honor en la vida de nuestros países.
En Génesis 3:9, Dios pregunta al hombre, “¿Dónde estás?” Es hora de que seamos capaces de responder dignamente esa pregunta.

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