lunes, 18 de julio de 2011

¿Qué es la libertad?

La historia del hombre es la aventura constante de nuestra especie en procura de ampliar progresivamente el derecho de los individuos a tomar sus propias decisiones. La historia de Occidente es la de sociedades que han ido ensanchando el ámbito de las personas libres. Poco a poco, se fue arrancando a las monarquías absolutas el poder de decidir sobre todo el conjunto. Dos documentos muy importantes son la Carta Magna sancionada por el Rey Juan I de Inglaterra en 1215 y la Bula de Oro del Rey Andrés II de Hungría de 1222. Son los primeros intentos serios de restringir el poder monárquico hegemónico, y el basamento de los sistemas constitucionales modernos.
Aquellos pueblos necesitaban ser libres. El hombre necesita ser libre. En los sistemas totalitarios, la pena de no ser libre es el silencio.
¿Y qué es la libertad? Es la facultad que tenemos para tomar decisiones basadas en nuestras creencias, convicciones e intereses individuales sin coacciones externas.
La libertad es elegir la religión que mejor se adapta a nuestras percepciones íntimas, o a ninguna religión si no nos representa.
Libertad es relacionarnos con afecto y lealtad con las personas que amamos, y con las agrupaciones o instituciones con que sentimos afinidad.
Libertad es elegir sin interferencias lo que queremos estudiar, nuestro sitio de residencia, el estilo de vida que deseamos realizar, las ideas que mejor de adaptan a nuestra visión particular de los problemas sociales o las que mejor parecen explicarlos.
Libertad es poder elegir las manifestaciones musicales y artísticas que más nos apasionan, sin que nadie nos imponga cuáles debieran ser.
Libertad es poder emprender una actividad económica lícita y usufructuar así los beneficios que se obtienen.
Libertad es libertad para investigar, para generar riquezas, para buscar la felicidad, para reafirmar la personalidad individual en medio de la marea humana, tareas todas que dependen de la capacidad del hombre de tomar decisiones.
Libertad es, en definitiva, la facultad de desarrollar libremente el potencial humano, llevando a cabo nuestros dones y talentos para beneficio nuestro y de quienes nos rodean.
A veces, el ejercicio de esa facultad toma dimensiones heroicas. La historia redunda en ejemplos de opresión, de censura, de persecuciones, de matanzas, de guerras inútiles. Ante las injusticias y los atropellos de las dictaduras, sólo quedaba la vida para defender la dignidad del ser humano.
José Martí decía: “Libertad es el derecho de todo hombre a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía.”
La tiranía nos arrebata el derecho que tenemos a ser honrados, cuando nos obligan aplaudir lo que detestamos y a rechazar lo que secretamente admiramos.
Pero el hombre necesita informarse para saber qué rechaza y qué anhela. A veces, necesitamos equivocarnos para saber quiénes somos. La violencia totalitaria intenta impedir que las personas puedan informarse. ¿Para qué quieren información si todas las decisiones las toma el estado y todas las verdades ya han sido descubiertas?
El estado (así, con minúscula, porque no es Dios para que tengamos que hablar de él con mayúscula) tiene el sagrado e irrenunciable deber de ser el celoso guardián de los innatos dones y talentos humanos, y proveer lo necesario para que el individuo realice su máximo potencial. Vale decir, una estructura de ley y orden en la que cada individuo lo haga. Un gobierno surgido del consenso de los gobernados, con atribuciones señaladas y por un tiempo limitado, es la expresión de la libertad llevada a la práctica, y representa aquellas “evidentes verdades” de las que hablaba Thomas Jefferson: la vida, la libertad y el propósito de la felicidad.
Estos principios articulan perfectamente con otro concepto del mismo Jefferson: “El odio a los tiranos constituye obediencia a Dios.”
Dios sí va con mayúscula. Siempre.

.

No hay comentarios:

Publicar un comentario