sábado, 2 de julio de 2011

La democracia

La democracia es el gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.” Estas inmortales palabras que Abraham Lincoln pronunciara en el histórico discurso de Gettysburg eran un mensaje para su tiempo que, en todos estos años, se convirtieron en una enseñanza para el presente y el porvenir.
La democracia no es perfecta: es perfectible. Más aún, no es fácil. En realidad, nadie dijo nunca que lo fuera. Aún así, es el mejor sistema de organización social conocido por el hombre. La democracia es capaz de interpretar la voluntad popular al posibilitar la elección de un gobernante por el voto mayoritario de los ciudadanos.
Pero la democracia no es sólo una forma de gobierno. Es también y sobre todo un estilo de vida basado en el respeto a la libertad y a la dignidad humana. La democracia tiene una concepción política propia. Para ella, lo más importante es la libertad.
La democracia, como forma de gobierno, puede ser directa o indirecta; aunque en este último caso sería tal vez más apropiado llamarla “representativa”. La democracia directa o pura es aquella en que los ciudadanos gobiernan sin tener que recurrir a representantes. Históricamente, el ejemplo más claro de democracia directa son sin duda las antiguas ciudades griegas, especialmente Atenas. Aquellas comunidades eran muy reducidas y homogéneas en las que la totalidad de los ciudadanos, reunidos en asambleas, participaban en el gobierno de la cosa pública. Actualmente la democracia directa se conserva en algunos cantones suizos, pero tiene un valor más simbólico que real.
En la democracia indirecta o representativa, en cambio, los ciudadanos gobiernan por medio de representantes que ellos mismos eligen. La democracia representativa es propia de los estados modernos, donde sería imposible reunir a todos los ciudadanos en una asamblea para deliberar y donde los asuntos públicos son tan complejos. Es el sistema más utilizado en el mundo para dirigir los destinos de las naciones.
La idea de democracia representativa tal como la conocemos hoy nació en Estados Unidos, donde los Padres Fundadores instituyeron el colegio electoral para elegir al presidente y el congreso bicameral compuesto por el Senado y la Cámara de Representantes (diputados). El antecedente más cercano es la Carta Magna sancionada por el rey Juan I de Inglaterra en 1215. Existe también una tercera forma de democracia que podríamos llamar semidirecta o mixta. Es aquella en la que la democracia representativa se combina con ciertas formas de democracia directa como el referéndum, el veto y el plebiscito.
La piedra angular de la democracia es la constitución, ley fundamental de la que se desprenden todas las leyes, las cuales deben estar en concordancia con ella. Dentro del marco de esa constitución, se establecen también las normas por las cuales se elegirán las autoridades, y cómo éstas deben actuar frente a sus cargos. Asimismo sus atribuciones y limitaciones constitucionales que estarán formuladas de manera clara y explícita. Luego, se deberán plasmar derechos y obligaciones de los ciudadanos, iguales para todos. Precisamente, “el sagrado dogma de la igualdad” como lo denominaba Mariano Moreno, es el principio básico de todo régimen democrático. El poder se encuentra distribuido en varias estructuras que actúan de manera articulada y recíprocamente se neutralizan, garantizando que ninguna de ellas adquiera un poder desmedido o indebido. Este es el principio que se conoce como “división de poderes.”
En el contexto de la vida en democracia, la libertad es más que una utopía: es un verdadero poder. Es el poder que el hombre necesita para vencer las arbitrariedades de los gobiernos. Es un poder para que los cargos públicos queden en manos de los representantes que elije libremente, y no sean así patrimonio de ninguna persona, familia, grupo de poder o clase social. En ese mismo contexto, la libertad es también el sentimiento de responsabilidad y colectiva que obliga a los individuos al cumplimiento de sus respectivos deberes.
La democracia consiste fundamentalmente en la aceptación de la voluntad popular. En suma, la definición de Lincoln. Pero también, consiste en aceptar que no hay democracia sin república. Esto es, respeto por las minorías, vigencia del federalismo, libertad de expresión y de prensa, división de poderes, transparencia de procedimientos administrativos, conducta ejemplar de funcionarios, seguridad jurídica, orden público e igualdad de oportunidades. En virtud de todo lo cual, entonces, los destinos de la vida de un país en sus más diversas manifestaciones estarán a cargo de las personas más capacitadas para la función directora, y se garantizará a todos los ciudadanos cumplidores de los deberes cívicos los medios necesarios para que puedan tener una existencia digna.

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