martes, 15 de mayo de 2012

Pueblos originarios

Los intelectuales McZurdos (porque Arturo Jauretche decía que los intelectuales argentinos suben al caballo por la izquierda y bajan por la derecha) tienen un espléndido recurso para posicionarse en esa imagen de progresismo social que tanto les interesa para conseguir horas de televisión en cuanto canal de cable se les cruce en el camino, nombramientos en cátedras universitarias, y viajes a congresos y seminarios, entre otras conveniencias: reivindicar la causa de los pueblos originarios.
Para asegurar su imagen de revolucionario imbuido de sensibilidad social, el intelectual progresista escribe toneladas de libros denostando el ingreso de los colonizadores europeos al Nuevo Mundo como culpables de traer la explotación, el saqueo y la brutalidad que hicieron posible la instauración de los actuales países cuyas transacciones económicas se realizan en dólares que el intelectual progresista cobra por vender sus libros.
El intelectual progresista va a describir con lujo de detalles todo tipo de crímenes de los conquistadores europeos contra los indios, pero no va a mencionar que a mediados del siglo XV los incas cometieron un genocidio contra los chancas, una etnia que habitaba a ambos lados de la actual frontera peruano-boliviana, gracias a lo cual terminaron de consolidar su gran imperio, porque sabe que si pone eso no vende un libro.
¿Y por qué nuestras transacciones se realizan en dólares o en euros, pero no en semillas de cacao como los mayas? Porque una vez una cultura determinada ha echado raíces, una vez que se ha producido el arraigo de una cultura dominante y, entonces, predominan esos valores y esa cosmovisión, no es bueno intentar que la historia retroceda y la mentalidad social involucione a unos míticos orígenes que ya nadie es capaz de esclarecer y que, de reimplantarse (algo que es obviamente imposible), lo único que lograrían es condenarnos al fracaso permanente. No tiene ningún sentido insistir en un rencoroso discurso indigenista y tercermundista que, como perro que se quiere morder la cola, no va a ninguna parte y lo único que consigue es exacerbar odios y resentimientos y bloquear el camino del progreso. Es verdad que las colonizaciones se hicieron a sangre y fuego y nadie niega las atrocidades cometidas entonces, pero esto encierra una ironía: sin esas exploraciones, conquistas y acciones, el mundo no sería el mundo. El mundo comenzó a cobrar forma tal como lo conocemos hoy a partir de 1492. En los últimos cinco siglos hubo acciones abominables, pero también admirables. Hubo destrucciones, pero también construcciones. Hubo saqueos, pero también actos de arrojo y sacrificio. Los revisionistas señalan el pillaje y la sed de oro de los conquistadores, pero no sería posible comprender la conquista de América en su totalidad si se le quita su faceta atemporal: la evangelización. Junto al saco de oro, la pila bautismal. Fray Bartolomé de las Casas lo afirmó categóricamente: "Los indios fueron descubiertos para ser salvados."
La conquista fue grande y heroica; fue violenta y abominable. No debiéramos negar ninguno de ambos aspectos, tampoco intentar reconciliarlos.
Pero los revisionistas sí niegan uno de ellos o intentan reconciliar a ambos porque después de la caída del comunismo en todo el mundo es el único recurso que les queda para llevar adelante su objetivo de socavar la credibilidad en los valores de Occidente. La consigna es sentirnos culpables. Hemos avanzado sobre el territorio del "buen salvaje" de Rousseau. Hemos fundado ciudades. Hemos trazado caminos y ferrocarriles. Hemos establecido escuelas, colegios y universidades. Hemos levantado comercios e industrias. Hemos sancionado constituciones. Hemos promulgado códigos civiles. penales y comerciales. Hasta hemos evangelizado. Hemos predicado la Biblia donde antes se adoraban árboles, no existía el matrimonio (heterosexual o gay), y se efectuaban sacrificios humanos.
Y como nos sentimos culpables, vamos al "shopping center" y compramos los libros que el intelectual progresista vende. Tal vez de esa manera la conciencia nos pese un poco menos. Y la billetera del intelectual progresista pesará un poco más.  
Julio Argentino Roca realizó la conquista del desierto. La Argentina se hizo así. ¿Y qué?
Estados Unidos pasó a ser, desde su independencia en 1776, un país no muy extenso de 13 estados hasta convertirse en un gran país "de costa a costa" de 50 estados. Ese país se hizo así. ¿Y qué?
Cuba tiene once millones de habitantes y un gobierno comunista. El primer aspecto es grande y heroico. El segundo, violento y abominable. Yo no niego ninguno de ambos aspectos. Tampoco intento reconciliarlos. Así se hace, señores revisionistas.
Hay un pueblo originario de tres mil años que se llama Occidente. Sus principales características son la cultura greco-romana, el derecho romano, la familia monogámica, la religión monoteísta, la investigación científica, la tecnología y el progreso como objetivo en todos los campos. Es esa herencia helenística que moldea nuestra lengua, nuestra cultura, nuestras instituciones, nuestro modo de construir ciudades, de vestirnos y de alimentarnos, nuestro ser y quehacer, nuestras actividades cotidianas a través del tiempo, hasta nuestra forma de decodificar la realidad. Es absurdo, entonces, pretender que esa cosmovisión, toda una visión global de la vida, nada menos, sea reemplazada por otra. ¿Cuál sería, además, la alternativa? ¿El incanato? ¿La teocracia azteca? ¿La ignota y enclenque cultura tuyuca perdida en algún rincón de la selva amazónica? ¿Los kiribaties de la Micronesia y su culto a los huesos de los muertos? ¿Los sakalavas de Madagascar y su sistema de castas y esclavos? ¿Los jíbaros reductores de cabezas? ¿El canibalismo? La respuesta es no, gracias. Nuestra identidad, nuestra tradición, nuestra cultura, nuestra herencia; nuestra cosmovisión, en definitiva, es Occidente, con todo lo que trae.

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