viernes, 4 de mayo de 2012

Volver a amar

Hubo una diputada que votó ayer entre lágrimas. Dijo que la vida había sido demasiado generosa con ella como para permitirle participar de la estatización de YPF. Es como si yo me pusiera a llorar por la siguiente causa: el capitalismo es el mejor sistema económico de la historia.
Vamos por partes. La gente tiene todo el derecho del mundo a tener pasiones políticas; ella tiene las suyas, yo tengo las mías, pero hay que enfrentar la realidad, y más aún cuando se tiene la responsabilidad de un  cargo público (que no es mi caso).
El hombre es un ser de símbolos. Eso es porque el hombre es un ser social por definición y justamente por eso hay un anhelo de pertenecer, de sentirse parte de algo que compartimos con el semejante. Sin duda, un símbolo que aglutina de esta manera al pueblo argentino es la causa de las Islas Malvinas. ¿Cuál es la relación con YPF? Ambas son caras a los sentimientos del pueblo. Y como para que no queden dudas de quién está gobernando, su estatización  fue manejada con los mismos cánones con que, históricamente, se ha llevado adelante el tema Malvinas: nunca se planteó una estrategia seria para acercarse a estas islas, y el gobierno que tuvo las actitudes más incoherentes de todos es el actual. Para dar un ejemplo, recordamos que en febrero, el gobierno impidió a dos cruceros turísticos desembarcar en Ushuaia, y luego recomendó a una veintena de empresas dejar de comprar productos británicos. El Reino Unido protestó enérgicamente por ambos hechos, y luego transmitió su inquietud a la Unión Europea. Resultado: pérdida de tiempo y enfrentamientos tan estúpidos como inútiles.
Así, la empresa de hidrocarburos nunca tuvo un proyecto serio de expropiación que respetara mecanismos constitucionales. En realidad, no hay nada que tenga un proyecto serio de ejecución, desde Malvinas hasta YPF pasando por la economía, la inflación, la inseguridad y la independencia judicial, por nombrar algunos tópicos. Lo único que tiene un tratamiento serio es el conformismo  y la obsecuencia. Si es cierto lo que dice el gobierno de la conducción privada de YPF, los funcionarios serían cómplices del vaciamiento y de la falta de inversión. El gobierno avaló la gestión de Repsol y de la familia Eskenazi hasta hace apenas cuatro meses. Si no fuera cierto, se estaría ante una monumental arbitrariedad del estado cometida contra una empresa privada, arbitrariedad que no puede ser lavada con las lágrimas de algún corazón apasionado. En eso consiste el verdadero problema, y no en la explosión melodramática del llanto mediático. La oposición, por su parte, parece brillar por su ausencia. ¿Qué peso tienen en la balanza del poder? ¿Quién tiene la más mínima influencia en algo?
El gobierno tiene YPF. Lo que no tiene es plata para hacer nada. Hay mensajes significativos. En círculos gubernamentales de Washington se recibió la inquietud de que Cristina Kirchner desea que sean empresas petroleras norteamericanas las que se hagan cargo de la explotación de los yacimientos de gas no convencional de Vaca Muerta.
¿Estarían los norteamericanos dispuestos a invertir? Esas empresas, como cualquier otra, tienen cuatro problemas en la Argentina, un país en el que hasta los propios empresarios nacionales están sacando sus capitales afuera: imprevisibilidad impositiva, limitaciones para liquidar sus ganancias, trabas en el mercado cambiario, y la teoría de Axel Kicillof de que las empresas sólo deben tener un pequeño margen de ganancias. O al menos, eso es lo que se intuye de sus dichos. Kicillof se jacta de que YPF se ha movido hasta ahora "no en total libertad" y que no le permitieron "hacer lo que hace una empresa privada: maximizar su ganancia." Lo cual, obviamente, suena tan incomprensible que a uno le quedan dudas si lo decía en broma. ¿Cuál es la idea? ¿Prohibir por decreto que las empresas maximicen sus ganancias? Si a las empresas no se les permite maximizar sus ganancias, si sólo pueden tener un margen de ganancias mínimo, ¿para qué vienen?
Son incógnitas que deben ser resueltas con hechos, y los llantos televisivos no ayudan.
Durante el debate sobre la expropiación de la empresa, la diputada Laura Alonso del PRO declaró: "Hace falta echar mucha luz y transparencia sobre la exploración y la explotación de nuestros recursos naturales. No alcanza con flamear la bandera y hablar de patriotismo si los que gobiernan lo hicieron, lo hacen y lo harán entre bambalinas, cerrando acuerdos corruptos en contra de los derechos del pueblo y a sus espaldas."
Tamañas expresiones le valieron una lluvia de gritos e insultos por parte de la hinchada K que copaba las tribunas del recinto. Hasta la tildaron de "española" como insulto recurrente, con lo cual el país descendió definitivamente a la categoría de republiqueta bananera. Bajo estas condiciones tan auspiciosas, los inversores se van a pelear por venir.
La conclusión es que el futuro de todo esto es tan incierto como el destino de un iceberg. ¿Alguien sabe, ni remotamente hablando, qué va a pasar con YPF ahora?
Y ciertamente, sorprende el cambio histórico de roles. Ahora el Satanás que hambrea a los pueblos se llama España. Estados Unidos es el país hermano de América del Norte que habla inglés.


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