sábado, 16 de octubre de 2010

La problemática del desempleo en la era tecnológica actual

Los países altamente tecnificados del mundo están sufriendo una problemática de desempleo que no solamente los afecta a ellos sino, también, al mundo entero, y que surge de un nuevo sistema económico que va más allá de la "sociedad de masas" del pasado industrial.
La Revolución Industrial creó sociedades de masas. En ellas, la producción masiva corría pareja con la distribución, el consumo y la educación masivos. La homogeneidad era su principio dominante.
La alta tecnificación actual pone término a la sociedad industrial masiva. El nuevo principio dominante es la heterogeneidad. La producción masiva es reemplazada en forma creciente por una manufactura basada en cantidades específicas de productos heterogéneos y elaborados según especificaciones precisas en frábricas flexibles y computarizadas. El mercado masivo se está diversificando en nichos definidos y organizados por computadoras. El consumo se ha desmasificado junto con la producción.
Los medios también se han desmasificado, de modo que los hogares norteamericanos, en lugar de las tres tradicionales grandes redes de TV, reciben cientos de canales diferentes en la actual televisión satelital.
El profundo proceso de desmasificación, que alcanza a muchos países, causa impactos directos en las relaciones sociales, étnicas y raciales. Se trata de la mayor transformación técnico-social ocurrida desde la Revolución Industrial, y la libertad de mercado, acompañada con apoyo y contención inteligentes, será un factor fundamental para superar esta etapa de tan profunda transición.
Los Estados Unidos tuvieron frecuentes períodos de escasez de mano de obra al emigrar los trabajadores hacia el Oeste. Este problema se resolvió adoptando políticas de inmigración abierta. Así, trabajadores de los más diversos orígenes afluyeron desde distintas partes del mundo. Para incrementar la eficiencia laboral era necesario homogeneizar o masificar a los trabajadores. De ahí surgió el concepto de "crisol de razas" que instaba a los inmigrantes a despojarse de su vieja cultura y que resurgieran con nuevas identidades, enteramente norteamericanas. Este era el trasfondo de la vieja economía de estilo industrial que guarda algunas semejanzas con la situación vigente en Alemania, Francia y otras naciones europeas que invitaron a turcos, africanos y otros para servir como mano de obra durante los años de expansión económica en las décadas del sesenta y del setenta.
Sin embargo, al llegar la actual era tecnológica, cambiaron las necesidades de las economías avanzadas, así como las actitudes generales hacia la inmigración, la integración y la asimilación.
En los Estados Unidos, y especialmente en Los Angeles, el crisol de razas fue reemplazado por el concepto de "patchwork" o trabajo de telar, según el cual los grupos étnicos, religiosos y raciales retienen su identidad cultural, aunque exigen, al mismo tiempo, dignidad, justicia e igual acceso a la educación y a la oportunidad económica. Esta alternativa de la era tecnológica al crisol de razas no es sino la desmasificación aplicada a las relaciones entre los diversos grupos, a medida que toda la sociedad se vuelve más heterogénea.
En los Estados Unidos, este mosaico de grupos raciales y étnicos es por lo menos complejo. A las históricas tensiones entre la mayoría blanca y la minoría negra se superponen los conflictos entre minoría y minoría, como ocurre en Los Angeles entre coreanos y negros o entre cubanos y haitianos en Miami. Las sociedades de chimeneas de la era industrial se basaban en el trabajo reiterativo y carente de capacitación. En cambio, la economía de la era tecnológica excluye sencillamente a grandes cantidades de trabajadores no especializados, sea cual fuere su raza o color.
En abril de 1992, las ciudades norteamericanas sufrieron una gravísima ola de violencia a raíz del incidente causado por el automovilista negro Rodney King. La explicación canónica de los medios de comunicación fue la consabida runfla de yeites sobre la pobreza, el desempleo, el racismo y la desesperación urbana. Todos estos elementos estuvieron incuestionablemente presentes, pero no fueron sino parte de una realidad mucho más vasta. En el mundo altamente tecnificado, complejo y competitivo de hoy, el desempleo pasó de lo cuantitativo a lo cualitativo. Antiguamente, el trabajo estaba basado en la fuerza física y la economía, en la fabricación masiva. Si un país tenía un millón de desocupados, los políticos podían aplicar medidas estatistas o monetaristas para reactivar la economía por medio de obras públicas; por ejemplo, el gran dique Hoover del río Colorado construído como parte del "New Deal" del presidente Franklin Roosevelt. En las actuales economías, se podrían crear, en realidad, no uno sino varios millones de puestos de trabajo, pero un millón de desocupados no podrían ser tomados por carecer de la capacitación requerida. Más aún, las necesidades son siempre cambiantes, de modo que hasta los trabajadores más capacitados tendrán que enfrentarse a pasar a ser obsoletos, salvo que aprendan las técnicas nuevas. La ola de despidos de ingenieros que tuvo lugar en las empresas de defensa de la Costa Oeste a comienzos de la década del '90 fue, sin duda, un gran malestar que echó leña al fuego cuando Los Angeles estalló en llamas en los mencionados disturbios raciales de 1992.
Al no haberse preparado para la economía de la era tecnológica, los políticos conviven con la demagogia. Exigen proteccionismo, como si eso bastara para que los obreros de las fábricas automotrices, textiles, de cemento, de acero o de neumáticos pudieran reincorporarse a las anticuadas y precomputarizadas líneas de montaje. Exigen redistribución de la riqueza, como si sus extemporáneos y desalentadores programas pudieran resolver el verdadero problema. Parecen incapaces de reconocer que todas sus panaceas para el desempleo son obsoletas. La era tecnológica está aquí para quedarse, está reacondicionando el mundo entero y la estructura misma de la sociedad. La problemática del desempleo actual es incompatible con las medidas propuestas por economistas y políticos atrapados todavía en el pensamiento de la era industrial, masiva y pretecnológica.
Finalmente, por esa razón, no habrá ninguna solución hasta que la revolución tecnológica no termine con las escuelas actuales de la era anterior y las reemplace por establecimientos de enseñanza que no se parezcan a las fábricas anticuadas de ayer. Sólo así tendrán algún sentido estas instituciones compuestas por cubículos que, cada vez con menos justificación, reciben el nombre de "aulas."
En una economía cuyos recursos principales son la capacidad intelectual, la creatividad innovadora, las técnicas rápidamente aprendidas y desaprendidas y siempre cambiantes, las formas de autoridad independientes de toda burocracia y la comunicación instantánea por medio de una infraestructura electrónica vasta, rápida y universal, no se puede carecer de visión de futuro. De lo contrario, los yeites proliferan, las legiones de desocupados pasan a formar ejércitos enteros... y hasta las ciudades estallan en llamas.

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