lunes, 18 de octubre de 2010

El examen de conciencia de los norteamericanos

Al iniciar su mandato en 1981, Ronald Reagan se propuso superar la capacidad militar de los Estados Unidos frente a la Unión Soviética. Lo logró, pero causó distorsiones económicas que su sucesor, George Bush, no fue capaz de enfrentar. La bonanza económica que vino después, en los años de Bill Clinton, volvió a colocar al país en el lugar de apogeo que había perdido. A su vez, la presidencia de Ronald Reagan había surgido para contrarrestar otra decadencia: la de su predecesor Jimmy Carter. El poderoso renacimiento de las ideas conservadoras que Reagan representó, incitó a los norteamericanos a volver a la inspiración de sus Padres Fundadores. Según ese espíritu, se ofrecía a todos los inmigrantes las bendiciones de la libertad con tal de que se incorporaran a la cultura norteamericana, que se hicieran de adentro del sistema despojándose de su cultura original y resurgiendo con nuevas identidades, enteramente norteamericanas. El relativismo cultural de hoy hace que todos reclamen sus libertades desde afuera del sistema, con lo cual los Estados Unidos dejan de ser el crisol de razas de un nuevo pueblo para pasar a ser un mosaico de minorías de mexicanos, cubanos, salvadoreños, peruanos, haitianos, dominicanos, chinos o vietnamitas que se ubican en un pie de igualdad junto al tipo "originario" blanco y anglosajón, esa particular conjunción anglo-protestante natural y fundacional de las colonias americanas.
Estas transformaciones reflejan que, cada tanto, los norteamericanos hacen un examen de conciencia y proceden en consecuencia: el país se reformula y se adapta para acomodarse a las nuevas ideas. De hecho, su mayor examen de conciencia lo realizan cada cuatro años con la elección presidencial. En realidad, cada dos años al renovarse el Senado y la Cámara de Representantes del Congreso.
Hoy, ante la crisis económica que está sufriendo el país con los más altos índices de desempleo en casi treinta años y al borde, precisamente, de elecciones legislativas, la reflexión se ahonda y es mucho más conflictiva. Es, en el fondo, una reflexión sobre el rumbo a tomar. Hay dos concepciones de país decididamente enfrentadas. El presidente Barack Obama puede perder en los comicios del próximo 2 de noviembre la mayoría en el Congreso, ante el auge de los movimientos conservadores que vuelven a cobrar fuerza desde los días de Reagan y la caída de su popularidad por decisiones tomadas por su administración. Si bien es normal que la popularidad de Obama baje luego de dos años de haber sido elegido, los mencionados factores harán de esta elección un evento singular y crucial. Estos comicios mostrarán el límite del apoyo al presidente y, consecuentemente, es probable que los republicanos tengan la ocasión de recuperar la iniciativa. Obama, por un lado, no fue realmente lo que la gente esperaba y, en definitiva, no estaban preparados para un presidente tan distinto, entre otras cosas, por lo "europeizante" y porque en nada se parece a sus predecesores, moldeados todos ellos en el tipo anglosajón de la Trece Colonias del siglo XVIII.
Este incesante vaivén de posturas ideológicas, esta ciclotimia de ideas, ¿representa en realidad la lucha de lo bueno contra lo malo y viceversa? Un ejemplo que viene al caso puede ser Buenos Aires después de la batalla de Pavón. Entró en apogeo. Precisamente por hacerlo, sin embargo, empezó a admitir la inmigración del interior, primero bajo la forma lujosa de las minorías selectas de las provincias y, al fin, bajo la forma de las masas provincianas que llegaban en la tercera del tren atraídos por la industrialización del siglo XX. Vale decir, el modelo peronista. Desde un ángulo, era el triunfo de Buenos Aires; desde el otro -el opuesto- era la invasión pacífica pero efectiva de Buenos Aires: su expropiación en beneficio de los "derrotados."
De la misma manera, los Estados Unidos que triunfan en el mundo son aquellos que han impuesto un estilo, una forma de ser. Los Estados Unidos "decadentes" son aquellos que deben admitir la invasión de diferentes idiomas, credos y culturas; la competencia de todos los que aprenden de ellos. Los "contrincantes" de esa competencia no deben ser juzgados. Representan distintas concepciones de ver la vida, de asumir la realidad, que se van alternando en la configuración de la historia como proceso. A un período "conservador," el electorado se inclina por una opción "liberal." Se agota la propuesta de los demócratas y entonces ganan los republicanos. O se agota la propuesta de los laboristas y ganan los conservadores. Piensan de manera diferente. Sienten, si se quiere, de manera diferente, pero eso es todo. Los juicios de valor, parafraseando nuestra Constitución Nacional, están sólo reservados a Dios.
El japonés Susumu Tonegawa, Premio Nobel de Medicina, declaró que, para competir con los norteamericanos, los científicos japoneses deberían aprender a pensar en inglés (sic). Es difícil saber si Tonegawa es un "traidor" que propone a los suyos rendirse ante los anglosajones o, por el contrario, un nacionalista sutil cuya meta es apropiarse del idioma inglés, expropiándoselo a los norteamericanos para competir mejor con ellos.
El Washington Post dijo cierta vez que el mundo, abierta o secretamente, envidia a los Estados Unidos. El hecho es que, pese a la actual recesión, los norteamericanos siguen a la cabeza del mundo por tres razones: la increíble dinámica de su economía, la siempre renovada energía de sus inmigrantes y la creatividad de sus investigadores y empresarios. Por todas partes -aún en recesión- pequeños grupos armados con computadoras conectadas a Internet siguen trabajando, innovando, creando... los futuros profesionales se siguen formando en sus universidades para seguir trabajando, innovando, creando...
El tiempo y modo en que lo han hecho varió, pero todos los imperios de la historia terminaron por decaer. La espada de doble filo de los imperios ha sido que, por querer imponer sin límites su poderío, se distorsionaron y debilitaron. Estados Unidos es un país de formidable poderío que, sin embargo, está sujeto a un límite. Ese límite es el examen de conciencia que los norteamericanos realizan cada dos años y cada cuatro años en las urnas. Esa tradicional transición de ideas que a todos conviene que sea lo más ordenada y lo menos traumática posible.

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