sábado, 16 de octubre de 2010

"Llenad la tierra y sojuzgadla, y enseñoreaos de ella..."

La causa de la ecología parece estar más allá de toda sospecha: nadie está contra el cielo azul ni contra los simpáticos e inteligentes delfines. Sin embargo, se trata de una ideología que ha tomado como rehén a la opinión pública. Su legajo es más bien vacío, los hechos invocados no existen o no están comprobados, sus argumentos científicos no son válidos y las soluciones preconizadas son ilógicas. Los ecologistas seleccionan la información que más les conviene para nutrir el carácter falsamente científico de sus tesis.
Los números no mienten. El planeta Tierra tiene más de 4 mil millones de años de existencia. Durante ese período tan largo, la naturaleza creó fuerzas dañinas y destructivas que constantemente lo han estado agrediendo. El hombre ha estado aquí por no más de 200.000 años y aunque quisiera, aunque empleara todos sus recursos con el fin de destruir la Tierra, no podría hacerlo. El hombre no puede, ni remotamente cerca, crear fuerzas tan poderosas como las naturales. La sola noción de que podría hacerlo es ridícula. La ecología prospera sobre un fondo de ignorancia científica, de demagogia y de ingenuidad y explota conscientemente el pánico, la alarma y la confusión.
James Lovelock, el científico inglés famoso por la Hipótesis Gaia, que postula que la biósfera terrestre es una entidad auto-regulante con la capacidad de mantener el planeta salubre equilibrando sus condiciones físico-químicas, afirma que el llamado "efecto invernadero" no se debe a los gases de los automóviles y las fábricas, sino al metano producido por los rebaños de vacas y los arrozales. Pero los ecologistas no proponen suprimir el arroz ni las vacas; sólo odian las industrias.
Cuando los astrofísicos descubrieron agujeros en la capa de ozono sobre los polos, los ecologistas pusieron el grito en el cielo. ¡Los industriales son los culpables! ¡Sus gases destruyen el ozono! Pero esos agujeros, ¿existían de antes? Nadie sabe. Queda abierta esa posibilidad.
Lovelock agrega que quizás la capa de ozono disminuya, pero eso no se debe tanto a los gases industriales, sino a las algas. Éstas difunden yodo en la atmósfera, como lo hace la glándula tiroides en el cuerpo humano. Cuando la Tierra tiene tendencia a recalentarse, la densidad de las algas en los océanos aumenta y reduce el ozono, estabilizando la temperatura. Por lo tanto, los agujeros de la capa de ozono serían tan naturales como necesarios. Y el calentamiento global, motivo de tantas polémicas en el Café de la Paz y en todos los círculos intelectuales del planeta, jamás ha pasado de ser eso: una polémica de café. No está comprobado que la temperatura media de la superficie terrestre haya aumentado, aunque los ecologistas no lo quieran admitir.
Y aún en el caso de que fuera cierto, aún si la temperatura del planeta hubiere aumentado, no hay forma fehaciente de determinar si se debe a los gases industriales, aunque los ecologistas no quieran admitir eso tampoco.
El volcán Pinatubo en las Filipinas esparce en una sola erupción más de mil veces la cantidad total de gas clorofluorocarbono (CFC) producido por la industria en toda la historia humana. Los volcanes han estado haciendo esto por 4 mil millones de años y la capa de ozono todavía existe. Este hecho expone la falacia fundamental en que se apoya la ecología: que la Tierra es frágil. El hombre puede venir, como si tal cosa, y cambiarlo todo para peor. Después de miles de millones de años, las últimas dos o tres generaciones de existencia humana van a destruir el planeta.
La respuesta de los ecologistas al argumento previo es la siguiente. "Eso hace aún más imperativo que reduzcamos drásticamente las emisiones de CFC." Pero lo que realmente quieren combatir es el sistema de vida de Occidente empezando, por supuesto, por el capitalismo. La consigna es sentirnos culpables: manejamos automóviles, usamos combustibles fósiles, tenemos industrias contaminantes, lo destruimos todo. Hasta vamos a los McDonald's. Para obtener las hamburguesas que se venden allí, para satisfacer la voracidad de las clases medias consumidoras, vacas fueron sacrificadas.
El ser humano es la especie dominante de la Tierra, pero desde este punto de vista se lo presenta, simplemente, como un enemigo de la naturaleza que constantemente la está agrediendo. Nuestra presencia en el planeta Tierra tiene más de negativo que de positivo. Si la especie dominante fueran los delfines, todo estaría muy bien para el planeta Tierra. ¿Es esa la doctrina que verdaderamente esgrimen los ecologistas? Todo parece indicar que sí, excepto por lo siguiente: con el colapso del marxismo, la ecología se ha vuelto el último bastión del pensamiento económico socialista. La ecología es una gran manera de llevar adelante una política que favorezca la planificación económica centralizada y un gobierno intruso. ¿Qué mejor manera de controlar la propiedad privada que someterla a una maraña de regulaciones ecológicas? ¿Qué mejor excusa tendría el estado para intervenir en la economía que sujetarla a regulaciones de este tipo?
La Tierra es una asombrosa creación concebida para durar miles de millones de años como lo ha hecho hasta ahora, y como lo seguirá haciendo por miles de millones de años más. No concluyamos pues, de ello, que no hay problemas ecológicos. Los hay, pero no están generalmente donde los sitúan los ecologistas y mucho menos son viables sus "soluciones." No se salvarán las selvas y los bosques por el retorno a una agricultura arcaica. Al contrario, sólo la introducción masiva de técnicas agrícolas modernas permitirá coexistir a la selva y a una agricultura intensiva. Si la selva amazónica desapareciera, las regiones tropicales se volverían inutilizables para la agricultura ya que esta selva juega un papel decisivo en la regulación del clima y de la humedad, pero lo que la va salvar es el progreso técnico y no el rechazo a este progreso.
Del mismo modo, la contaminación ambiental amenaza actualmente mucho más a la sociedades pobres que a las ricas. La contaminación ambiental en París es menor que en Bombay y las verdaderas soluciones a estos problemas pasan por un llamado al progreso técnico, no por el retorno a una supuesta edad de oro en que los automóviles no existían, las comunicaciones se realizaban por chasquis y palomas mensajeras, el promedio de vida era treinta años menor que el actual y la gente se moría de tuberculosis a los 39 años, como el célebre Chopin.
Génesis 1:28 dice, "Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla, y enseñoreaos de ella." No nos dejemos convencer por la histeria y la paranoia que, en esencia, predican exactamente lo contrario. Somos la especie dominante de la Tierra y tenemos derecho a emplearla para que nuestra vida sea mejor.

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