jueves, 14 de octubre de 2010

Un caso patológico

En 1972, la literatura política latinoamericana alcanzó ribetes de epopeya con una aguerrida lectura ideológica comunista aparecida, precisamente, en el crispado y radicalizado Chile del marxista Salvador Allende. La obra en cuestión, por increíble que parezca, lleva como título "Para leer al pato Donald," al que sigue un subtítulo algo menos rimbombante: "Comunicación de masa y colonialismo." Un recordatorio, sin duda, de que las acciones tienen consecuencias. Incluso las malas.
¿Y de qué se trata? Los chilenos Ariel Dorfman y Armand Mattelart se proponen encontrar el oculto mensaje imperial y capitalista que encierran los personajes de historietas. Estos intrépidos autores quieren desenmascararlos a toda costa, demostrar las sinuosas intenciones que esconden y denunciar ante los pueblos del orbe la silenciosa infiltración que efectúa el imperialismo en sus tierras. Donald, Mickey, Pluto y compañía no son lo que parecen. Son agentes encubiertos de la reacción conserva-derechosa para asegurar una relación de dominio entre la metrópoli yanki y sus colonias. Disneylandia es un símbolo del capitalismo y metáfora del propio Estados Unidos con el que se induce a los niños a cultivar el egoísmo más crudo y materialista en favor de los intereses de Wall Street. Obsérvese: "Disney expulsa lo productivo y lo histórico del mundo, tal como el imperialismo ha prohibido lo productivo y lo histórico en el mundo del subdesarrollo." No se trata de las divertidas peripecias de un pato malhumorado. "Disney construye su fantasía imitando subconscientemente el modo en que el sistema capitalista mundial construyó la realidad y tal como desea seguir armándola. " No se trata de un dibujante que hace su trabajo. "Pato Donald al poder es esa promoción del subdesarrollo y de las desgarraduras cotidianas del hombre del Tercer Mundo en objeto del goce permanente en el reino utópico de la libertad burguesa... Leer Disneylandia es tragar y digerir su condición de explotado."
Este delirio tuvo nada menos que treinta ediciones en veinte años. ¿Por qué? Porque está sintonizado en frecuencia paranoica y justifica así la tendencia (muy humana, por cierto) de atribuir a un tercero las culpas por las propias fallas, en este caso, el subdesarrollo y la postergación de las naciones de América Latina. Los paladines de la semiótica, Dorfman y Mattelart, gritan a los cuatro vientos para todo aquel que quiera oir, que la historia es una conspiración de malos contra buenos en que los segundos llevan invariablemente las de perder. En su audaz sobre-análisis, se ven a sí mismos como el objeto de la intriga universal que intenta sojuzgarlos.
Ahora bien, ¿hacia dónde conduce esa manera de pensar y de ver las cosas? Absolutamente a ninguna parte, salvo a seguir ahondando en la decadencia; y a justificarlo todo por argumentos dialécticos desde el menos delirante (después de todo, en país de ciegos el tuerto es rey) hasta los más increíbles alardes de demencia y delirio producto de la mente alucinada de algún esquizofrénico sobremedicado como este dúo dinámico (o no dinámico). Los Terence Hill y Bud Spencer de la semiología tercermundista que juntos son dinamita (o no dinamita). Dorfman y Mattelart no son los únicos autores setentistas, pero esto ya es demasiado. Estos "profundos ensayistas" deberían dejar en paz al pobre pato Donald y, en cambio, comunicar a los lectores de su "tratado superior" que las miserias que azotan a los pueblos se deben a las políticas estatistas e intervencionistas que sus respectivos gobiernos han llevado a cabo generación tras generación, ya que los países que alcanzaron los máximos grados de desarrollo en el mundo lo han hecho porque, sin excepción, adoptaron una economía de mercado; y que la verdadera dominación que somete al hombre es la ignorancia. Porque como decía Mariano Moreno, si los pueblos no se ilustran, cambiarán de tirano pero no de tiranía.

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