domingo, 11 de septiembre de 2011

El 11 de septiembre de 2001, diez años después

El 11 de septiembre de 2001, 19 terroristas de Al Qaeda perpetraron el mayor atentado criminal de la historia. Secuestraron aviones de líneas comerciales que estrellaron contra las Torres Gemelas y el Pentágono, en Washington. Un cuarto avión cayó en Pennsylvania. El saldo total fue aproximadamente 3.000 personas muertas.
Esta tragedia definió, sin duda, una fractura histórica que marcó el fin de una época. Miles de víctimas inocentes lo caracterizaron.
Los Estados Unidos reaccionaron y definieron una nueva misión: la guerra contra el terrorismo. Ya no se trataba, como antes de la caída del muro de Berlín, de un mundo bipolar enfrentado en los bloques Este-Oeste, sino de un enemigo nuevo y peligroso corporizado en células terroristas caracterizadas por el odio y el fanatismo. Una vez reconvertido el aparato de poder norteamericano de la Guerra Fría, se debía garantizar la conducción de las acciones a través del vector militar.
Así, la invasión a Afganistán, el país gobernado por los talibanes que cobijaba a Al Qaeda y la ocupación de Irak bajo la dictadura de Saddam Hussein constituyeron el núcleo de la guerra contra el terrorismo. En el primer caso, se trató de una respuesta a estos ataques terroristas mientras que en el segundo se puso en práctica una tesis: la democratización de las tierras árabes impediría el resurgimiento de grupos terroristas y la consolidación de regímenes despóticos con posibilidad de acceso a armas nucleares. A partir de ese momento, se prefiguró el presente.
El balance de la guerra contra el terrorismo está a la vista. La guerra en Afganistán se ganó. Los talibanes están afuera del poder y nada parece indicar que sea posible que vuelvan. En Irak, se celebran elecciones democráticas. La organización Al Qaeda está siendo desarticulada. Sus dos principales jefes, Osama Bin Laden y el libio Atiyah Abd Al-Rahman fueron muertos en mayo y en agosto de este año, respectivamente. Otros jefes fueron capturados o también muertos.
En el caso de Al Qaeda, estos golpes recibidos llevaron a la organización terrorista a redireccionar sus operaciones. Ahora sus cuadros están radicados en la frontera afgano-pakistaní y particularmente en el norte de África. Aquí practican tráfico de todo tipo, y secuestros y atentados que tienen por blanco a intereses franceses. La relocalización de esta organización explica el interés del mundo entero en esa región, sobre todo en Libia, Túnez, Marruecos, Argelia y Mauritania. Estas células terroristas existen. Por eso, lejos de ignorarlas, el mundo libre debe concentrarse en poner la máxima presión sobre ellas, pues si se continúa con ese esfuerzo, existen serias posibilidades de incapacitarlas definitivamente como amenaza.
Hay una guerra mundial antiterrorista que comenzó el 11 de septiembre de 2001. Una guerra que debemos ganar. La razón no puede ser más simple. Está en juego la supervivencia de la civilización sobre la barbarie. Y recordemos que la barbarie no tiene códigos ni límites. La barbarie tiene un rostro encapuchado y cobarde. La barbarie no diferencia raza, color, religión ni credo y, en cambio, siembra el odio, el caos y el mal en todas partes.

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