martes, 20 de septiembre de 2011

Motivo de orgullo

En su histórico discurso del 26 de junio de 1963 frente al muro de Berlín, John F. Kennedy expresó: "Todo hombre libre es ciudadano de Berlín. Por lo tanto, como hombre libre, digo con orgullo las palabras 'Ich bin ein Berliner' (soy un berlinés)." De la misma manera, pareciera que los partidarios del estatismo intervencionista encuentran un motivo de orgullo en demonizar a los ricos y lanzar cien planes para reestructurar la economía. Precisan que se les recuerde que es exactamente aquello por lo que están bregando en realidad. Están bregando por la burocracia, la planificación centralizada, y las embestidas contra nuestra libertad y bienes. Sin embargo, esto no llega al fondo de la cuestión. Esencialmente, están bregando en contra del mayor motor de la prosperidad material de la historia humana, la fuente de la civilización, la paz y la modernidad: el capitalismo.
De hecho, la mayoría de los adversarios del capitalismo no se oponen meramente a los "grandes" como Goldman Sachs, Halliburton, Vanderbilt o incluso al mismo McDonald's. Por el contrario, se oponen a la libre empresa como una cuestión de principios. Objetan, por ejemplo, la libertad de los empleadores de contratar y despedir a quien deseen por el salario que fuese mutuamente acordado. Protestan contra el derecho de los empresarios a ingresar en el mercado sin ninguna restricción. Desaprueban que las empresas se encarguen de la infraestructura, suministren energía, alimentos, agua y otros artículos necesarios y manejen el transporte sin la intromisión gubernamental. Lamentan que los ricos sean cada vez más ricos, y que lo sean a través de medios puramente pacíficos. Se oponen a la libertad de participar en las fusiones de empresas sin la bendición del estado central, incluso en la simple venta de aquellas. Están en contra del trabajador que disiente de la burocracia sindical. Es exactamente la operativa del libre mercado lo que ellos desprecian, no es el nexo consolidado entre el estado y las grandes empresas lo que la mayoría de ellos desea hacer añicos. Por cada socialdemócrata progresista que odia al capitalismo monopolista por razones que pudiesen llegar a ser correctas, hay diez que deploran la parte que corresponde al capitalismo más que a ese aspecto monopolista.
Es simplemente un hecho que el capitalismo, aunque obstaculizado por el estado, ha sacado a la mayor parte del mundo de la lamentable e innegable pobreza que caracterizó a toda la existencia humana durante milenios. Fue la industrialización la que salvó el trabajador común del tedio constante de la agricultura primitiva. Fue la mercantilización del trabajo la que condenó a la esclavitud, la servidumbre y el feudalismo. El capitalismo es el que sacó a las mujeres de los talleres de costura y las puso al frente de firmas que facturan cifras millonarias, es el benefactor de todos los niños que disfrutan de tiempo para estudiar y jugar en lugar de soportar el trabajo agotador sin interrupciones en el campo. El capitalismo es el que prioriza la posibilidad de beneficiarse del mutuo intercambio por sobre cualquier hipótesis de conflicto.
Hace un siglo, los marxistas reconocieron la productividad del capitalismo y su preferencia por el feudalismo, al que éste reemplazó, pero predijeron que el mercado empobrecería a los trabajadores y conduciría a una mayor escasez material. Ha ocurrido lo contrario y ahora los izquierdistas atacan al capitalismo mayormente por otras razones: produce demasiado y es un desperdicio, lesiona el medio ambiente, exacerba las divisiones sociales, aísla a las personas de una conciencia espiritual de su comunidad, nación o planeta, entre otros factores.
No obstante, todas las más elevadas, más nobles y menos materialistas aspiraciones de la humanidad descansan en la seguridad material. Incluso aquellos que odian al mercado, ya sea que trabajen en él o no, prosperan con la riqueza que éste genera. Si el amigo de Marx, Engels, no hubiese sido gerente de una fábrica, habría carecido del tiempo libre necesario para ayudar a pergeñar su destructiva filosofía. Todo estudiante de posgrado en ciencias sociales, todo socialista en Cadillac de Hollywood, todo cristiano de izquierdas bienhechor, y todos aquellos para quienes el socialismo en sí mismo es religión, todo artista, académico, filósofo, docente o teólogo anti-mercado vociferan desde encima de una tribuna improvisada producida por el propio sistema capitalista que desprecian. Todo lo que hacemos en nuestras vidas—materialista o de una naturaleza más noble— lo hacemos en la comodidad que ofrece el mercado. Mientras tanto, los más pobres en un sistema capitalista moderno, aún asumiendo las grandes cuotas de estatismo que suele haber en ellos, viven mucho mejor que todas las personas más ricas hace un siglo. Estas bendiciones se deben al capitalismo, y darle rienda suelta aun más es finalmente lo que eliminará la pobreza tal como lla conocemos. Esta fuerza en favor del progreso merece nuestro apoyo audaz. Nos ha dado todo lo que tenemos. Lo menos que podemos hacer es dejarlo en paz.
Durante el último siglo, los más ardientes defensores del capitalismo —la escuela de Mises, Hayek y Rothbard, e incluso los seguidores menos radicalizados de Rand y Friedman— han sido claros respecto de que se refieren a la libertad del individuo en los derechos de propiedad y el intercambio, y casi todo el mundo entiende esto. Los enemigos del capitalismo, en su mayoría, confunden falsamente a la libre empresa con el privilegio consentido por el estado.
Mises dijo que “una sociedad que elige entre el capitalismo y el socialismo no elige entre dos sistemas sociales; elige entre la cooperación social y la desintegración de la sociedad." Hayek creía en “la preservación de lo que se conoce como el sistema capitalista, del sistema de libre mercado y propiedad privada de los medios de producción, como una condición esencial para la propia supervivencia de la humanidad.” Rothbard abrazó el capitalismo de libre mercado como "una red de intercambios libres y voluntarios en la cual los productores trabajan, producen, e intercambian sus productos por los productos de otros a través de precios formados de manera voluntaria." El capitalismo y la libertad van de la mano ya que, como enseñaba Milton Friedman, la libertad y la democracia jamás se encuentran en ausencia de una economía de mercado.
A los estatistas les preocupa que el capitalismo ponga demasiado énfasis en el capital, pero esto en verdad no significa nada. Sólo a través del consumo diferido podemos construir la civilización, mediante la acumulación de bienes. Esta es la esencia del énfasis capitalista. Entonces, ¿por qué no asumir la visión a largo plazo del capitalismo, tanto como un término que merece ser abrazado como un camino para la economía que imaginamos?
Marx y sus seguidores —cuyas ideas, en la medida en que han sido implementadas, han dado lugar a una miseria, hambruna y esclavitud humanas sin precedentes— se posicionan como los adversarios del capitalismo. Los socialistas de todas las tendencias afirman que el verdadero socialismo nunca ha sido probado, y algunos sostienen que los partidarios del mercado están atrapados sin una respuesta mejor que afirmar que el verdadero capitalismo tampoco nunca ha sido intentado. Sin embargo, a diferencia del “verdadero socialismo,” el cual Mises demostró que era imposible a gran escala, el capitalismo simplemente existe allí donde se lo deja sin ser molestado. Es la parte del mercado que es libre. Pero independientemente de cómo lo definamos, en términos de satisfacer las necesidades de las masas y dar sustento a la sociedad, es preferible el capitalismo defectuoso que el socialismo defectuoso en cualquier momento. Hay también capitalismo "subsidiado" y capitalismo de amigos. De hecho, en la Argentina actual no estamos asistiendo a otra cosa que a un capitalismo subsidiado por la espectacular emisión monetaria del gobierno de Cristina Kirchner. El menemismo, por su parte, no fue más que un verdadero capitalismo de amigos.
Sin embargo, hay que destacar que oponerse a ese tipo de capitalismo es parte de la causa capitalista, al igual que oponerse a la religión estatal es parte del principio de la libertad de cultos. Los frutos del capitalismo pueden ser usados para el mal, y son sin duda utilizados de esta manera por el estado. Por ejemplo, la burocracia se alimenta de la producción de las empresas privadas. La experiencia histórica demuestra que el estado se vuelve más rico en términos absolutos con el capitalismo que con cualquier otro sistema. Eso es cierto. Pero esta es meramente una acusación práctica y moral del estado, no del concepto de capitalismo.
Paradójicamente, no es esta faceta negativa del capitalismo lo que lleva a los anticapitalistas a serlo. Para ellos, el problema no es que el estado mantenga toda una burocracia que llega a ser hasta monstruosa: el problema es el espíritu emprendedor sin restricciones. Vale decir, todo pasa por resentimientos y complejos sociales.
Al anticapitalismo se lo define mejor, parafraseando a Mencken, por el temor de que alguien, en algún lugar, se esté haciendo rico. Observando al estado, los anticapitalistas objetan a alguien que hace dinero, y en verdad deberían sentirse avergonzados de que las instituciones del estado de las que son partidarios sólo puedan montar con éxito una maquinaria burocrática aprovechándose del sistema de ganancias. De modo significativo, su objeción no es con la burocracia mantenida por el capitalismo, es con el capitalismo que mantiene a la burocracia.
Algunas palabras son dramáticas y los conceptos que representan también lo son. Kennedy hizo una defensa encendida y valiente de la libertad en aquel lejano 1963. Libertad es una palabra que parece demasiado idealista en un mundo que aún dista mucho de ser perfecto. Pero este ideal, en la medida en que se le permite florecer, señala el camino hacia un futuro de armonía y abundancia. Lo mismo pasa con el capitalismo. No dejemos que sus enemigos estropeen una buena palabra para el más grande sistema económico en la historia de la raza humana.
Esto, señores estatistas, como lo de Kennedy, es motivo de orgullo; no lo de ustedes.

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