lunes, 7 de febrero de 2011

La ideología y la realidad

La idea básica de las políticas de redistribución de la riqueza es que la razón última de los problemas económicos y sociales radica en una injusta relación entre los que más tienen y los que no tienen, razón por la cual corresponde al estado eliminar esta injusticia con leyes redistributivas y aumentando por medio de nacionalizaciones y controles de todo tipo las atribuciones y límites del sector público. Fue lo que hicieron en Perú Juan Velasco Alvarado y posteriormente Alan García. También el sandinismo obedeció a esta concepción del estado social y todo lo que consiguió fue llevar a Nicaragua a la ruina. En la Argentina de Perón, el estado había sido convertido en una verdadera entidad de beneficencia que regalaba casas (cinco mil, sólo en el primer semestre de 1951) y millones de paquetes con medicinas, ropas y juguetes. Francia tiene uno de los sistemas de seguridad social más onerosos e intricados del mundo cuyos astronómicos déficits obligan al estado a crear periódicamente nuevos y mayores impuestos, mientras que la calidad de sus servicios se deteriora y deshumaniza. El sistema, que crece insosteniblemente generando una burocracia monstruosa y delirante, sobrepasa sin cesar sus fuentes de financiación. Ya de por sí, la carga prestacional que genera cualquier nuevo empleo es tan alta que los empresarios, especialmente los de pequeñas y medianas empresas, lo piensan dos veces antes de tomar un nuevo empleado u obrero. Las actuales tasas de desempleo, tan altas, no son en modo alguno ajenas al agobiante sistema impositivo francés y a otros factores que desalientan la actividad productiva y le restan dinamismo a la renovación tecnológica y a la competitividad de muchas industrias del país, con la consiguiente pérdida de mercados, el incremento de excluidos y marginales de la sociedad y la terrible secuela de inseguridad y violencia. No hay razón para no creer que la legislación recientemente promulgada sobre la atención de la salud en los Estados Unidos no vaya a seguir un camino similar.
El estado benefactor sacrifica el desarrollo y el crecimiento a políticas redistributivas creyendo con ello remediar injusticias y desigualdades sociales. En cambio, un estado racional, limitado, que se mueva como celoso guardián de las libertades consagradas por la constitución y las leyes vigentes, es una exitosa experiencia refrendada por la realidad y que tiende a propagarse en vista del fracaso de las políticas intervencionistas.
Lo que se propone desde el estado benefactor es algo virtualmente imposible, como crear pleno empleo y al mismo tiempo mantener y aún ampliar los beneficios de la seguridad social. Colocado ante la realidad de los déficits que produce, obligado a crear nuevas formas de tributación, desesperado ante la imposibilidad de frenar el desempleo que golpea particularmente a los jóvenes que recién acceden al mercado del trabajo, el estado benefactor nada resuelve, crea sólo fugaces ilusiones de cambio o de progreso, rápidamente defraudadas, y fomenta en la sociedad civil escepticismo y apatía política. El “ogro filantrópico” produce ciertamente más daños que beneficios; sus sistemas de asistencia social no tienen continuidad posible, simplemente porque no hay como pagarlos. Lo que el “ogro” entrega con una mano lo quita con creces con la otra, sacándoselo al contribuyente e infligiéndole, además, el costo adicional de sus endeudamientos irresponsables y de sus costosos aparatos burocráticos. Si el “ogro” llega a hacer algún bien, éste es forzosamente transitorio y limitado; pero la humillación y la indignidad que produce en la sociedad son constantes y permanentes.
Además, las medidas gubernamentales de intervención gigantescas van flagrantemente en contra del espíritu que impulsó en primer término a los países de América a luchar y lograr su libertad y su independencia.
El debate debe situarse en el plano de la realidad, no de la ideología. Desde esta última, es muy fácil exigir a voz en cuello una total protección social, subsidios de todo tipo incluyendo el de desempleo, y presentar al liberalismo como el monstruo malvado que desconoce semejantes beneficios juzgados como conquistas irreversibles de la masa laboral. Pero la realidad indica que el auge de este tipo de discurso termina por generar una cultura y una mentalidad colectivista y una clase social crónicamente dependiente de la asistencia pública. Quienes llevan adelante las protestas sociales, rara vez admiten los problemas insolubles del estado benefactor: déficit del sistema de seguridad, un despiadado sistema impositivo y gran favoritismo. Las utopías sociales y las fábulas del estado benefactor se diluyen ante el liberalismo que da las soluciones que el intervencionismo es incapaz de dar. La realidad, no las fábulas ideológicas, tiene la última palabra.

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